El poliedro

¿Modificados fuera?, apaga y vámonos

La UE proyecta eliminar el margen de imprevistos en la obra pública, que eleva los contratos hasta un 20%

EL verdadero e improbable objetivo que ansía la mayoría de las empresas en los tiempos que corren no es la rentabilidad, es la liquidez. Disponer de dinero, en tiempos en que su sinónimo contable -tesorería- simboliza toda la resonancia de la palabra: el dinero es un tesoro, hoy más que nunca. Se trata, dicho burdamente, no ya de ingresar más dinero del que se gasta, sino de conseguir moneda, efectivo para retribuir los costes esenciales y no morir de inanición… y tirar p'alante. ¿Conocen ustedes alguna empresa cuya batalla actual no sea ésa? Ni siquiera muchos de los bancos, auténticos manijeros de la compuerta del crédito congelado, se libran de esta letal carestía financiera. Botín excusaba su responsabilidad y la de sus bancos competidores con un "daremos crédito sólo a quien lo pueda devolver". La banca garantista española, ajena en realidad la viabilidad de los proyectos, descubrió de pronto -¡albricias!- tal máxima, tras una decena de años en que te ofrecían crédito de una manera tan despiporrada como en la época inicial de la telefonía móvil, en la que te daban un celular por comprar un kilo de mortadela. De esos excesos crediticios, a esta sequía empresarial desoladora, fuente sólo de paro.

La falta de liquidez atenaza también al Estado; al central, al autonómico y al local, que no pueden por tanto acometer una política de estímulo público eficaz. El renacer del keynesianismo, abortado en origen: la llamada política fiscal (o sea, la intervención del poder público en épocas de crisis para controlar los desequilibrios, vía gasto presupuestario), no funciona por falta de liquidez presente y futura. Nuestro modesto gozo, en un pozo. Las obras públicas -señaladas por todos y asumidas por el Gobierno como el flotador más poderoso ante la inundación de la crisis- no se proyectan, no se licitan, no se contratan y, al cabo, no se realizan ni cobran ni pagan, todo ello porque no hay cómo financiarlas. El Estado carece de fondos -que prefiere destinar a políticas sociales para evitar la guerra en la calle-, las empresas no tienen recursos propios para asumir la financiación, y a los bancos ni se los espera. Supimos ayer que la Unión Europea va a pegar un tironcito de la soga que tiene alrededor del cuello uno de los sectores más cruciales de nuestra economía (y la de cualquier país): la Comisión proyecta eliminar los llamados "modificados" de obra. Apaga y vámonos.

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