Calle Rioja

Francisco Correal

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Nadie es profeta en su tierra

Regreso. Dos destinos sellados en 2005, el de un diácono que se enfadó con Dios y volvió a él y el de un futbolista que dejó la cantera para volver 18 años después cargado tatuajes y títulos

Le tocó leer estas durísimas palabras del Evangelio de Lucas: “En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo”. Palabras pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Palabras que son como la tablilla de esta historia adscrita a lo que mi buen amigo Antonio López, montillano, primer catedrático de Periodismo de la Facultad de Comunicación, denominaba periodismo de inmersión. Es una forma educada de hablar del papel que los periodistas hacemos como ladrones de momentos.

Los dos son sevillistas y los dos han sido aceptados en su pueblo. Sergio Ramos, en el Sevilla, dieciocho años después de dejar el equipo. Y Fernando, en el pueblo de Dios. Fue él quien como diácono de la parroquia de Ómnium Sanctórum leyó esas palabras de Lucas en la misa conmemorativa del séptimo aniversario de su ordenación como ministro del Señor en una ceremonia que en 2016 presidió don Juan José Asenjo Pelegrina en la Catedral de Sevilla.

Ramos rechazó la oferta de Arabia y Fernando irá en peregrinación a Tierra Santa

El destino de Fernando y de Sergio Ramos cambió en 2005. El primero perdió a su mujer el 16 de septiembre de ese año, el mismo que el futbolista de Camas, con 19 años, fichó por el Real Madrid. Tiempo en el que ganó cuatro Copas de Europa con su nuevo equipo, dos Eurocopas y un Mundial con la selección, con la que debutó en Salamanca en un amistoso contra China.

Sergio Ramos ha estado a punto de acabar en el fútbol árabe, pero prefirió volver al punto de partida de su carrera balompédica, a esa cantera de la que formaron parte Antonio Puerta o José Antonio Reyes. A Fernando no se le ha perdido nada en Arabia, pero en la Feria de 2024 viajará a Tierra Santa con su hija Nuria en una peregrinación organizada por la parroquia de Ómnium Sanctórum. Estarán en Nazaret y Cafarnaún, los dos lugares que aparecían en la profética lectura del Evangelio de Lucas, el médico de Dios. Además de esta parroquia con entradas por Feria y Peris Mencheta, Fernando ejerce de diácono junto con otros cinco compañeros en los dos tanatorios de San Jerónimo y la SE-30 y el cementerio de San Fernando.

El 16 de septiembre de 2005 Fernando se enfadó con Dios. La semana próxima harán 18 años, aunque los recuerdos no saben de mayoría de edad. Ese enfado que le distanció de la Iglesia, que tambaleó los cimientos de su fe se fue transformando en una entrega desinteresada al servicio ministerial que lo ha convertido en parte del paisaje y el paisanaje del barrio y de la parroquia. En la misa del aniversario estuvo a punto de traicionarle la emoción y al final invitó a los feligreses a una cerveza (María Luisa es partidaria del Tintonic) en el bar Guadiana.

Ahora Fernando volverá a disfrutar de Sergio Ramos cuando vea a su equipo en Nervión o por la tele. El futbolista hizo oficial su regreso al Sevilla el día que se cumplían 23 años del debut de Joaquín con el Betis en Santiago de Compostela. Los dos coincidieron en el Mundial de Alemania 2006. El último de Joaquín… y de Zidane. El año que cambió el destino de Fernando y de Sergio Ramos, 2005, fue un buen año para Joaquín. Ganó su primera Copa del Rey con el Betis. Ese partido lo vimos sus dos yernos con mi suegro, Eulogio, en su casa de la calle Becas. Un espectáculo. Enfrente tenías la torre de Don Fadrique. Marcó un Dani, como en la del 77, pero éste bético y trianero. Y como en el 77, el entrenador del rival (Osasuna) se apellidaba Aguirre. En el Betis, de Iriondo (sin Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza) a Serra Ferrer, de los honderos baleares que nombraba Flaubert en Salambó, su novela sobre las guerras púnicas. Ese año se nos fue Eulogio, tabernero de profesión, cantera de Santa Olalla del Cala. En la televisión de la habitación del hospital Macarena, que compartía con un alemán parlanchín, vimos la noticia del fichaje de Sergio Ramos por el Madrid. Casi un niño. Imberbe, sin tatuajes. Un portento de la naturaleza, según Caparrós, que viviría en primera fila el duelo al sol entre Mourinho y Guardiola, ríanse de Sánchez y Feijóo. Mi suegro murió unos días después, una semana antes que la mujer del diácono Fernando. El año de la segunda Copa del Rey de su Betis. La extremaunción en el hospital de San Lázaro se la administró Javier Santos, párroco de la Resurrección y capellán del Betis. Todo quedó en casa. En esos días estalló el caso Camas en el Ayuntamiento de esa localidad, aunque en los bares del municipio se hablaba más de los dos cameros que ese día debutaban en la Liga de Campeones: Sergio Ramos, con el Madrid, y Capi con el Betis.

Tengo una foto con Sergio Ramos cuando en 2014 le concedieron con Rafa Gordillo la medalla de la ciudad de Sevilla. Estaba recién llegado de ganar la décima Copa de Europa con el Madrid en Lisboa. El maleficio del Atlético de Madrid se repetía cuarenta años después gracias al cabezazo de este camero con look de jugador del Ajax de Ámsterdam. El alcalde era Juan Ignacio Zoido. Desde que dejó el Sevilla, han pasado cinco alcaldes por la ciudad: Monteseirín, Zoido, Espadas, Muñoz, Sanz. Ese mismo año 2005 murió Juan Pablo II, el jinete polaco de la Iglesia. Las cuatro Copas de Europa que ha ganado Sergio Ramos con el Madrid (2014, 2016, 2017, 2018) han coincidido con el papa Francisco en el Vaticano. Con Ratzinger no ganó ninguna. En los dominios del diácono, han pasado tres arzobispos. Cuando enviudó Fernando, mandaba en la archidiócesis Amigo Vallejo. Lo ordenó diácono Asenjo Pelegrina. Dos pastores del Atlético de Madrid que ya paladeaban el triunfo aquel 24 de mayo de 2014 hasta que apareció la testa de Ramos. Y el séptimo aniversario le ha cogido con José Ángel Saiz Meneses como arzobispo. A la misa asistieron su hija Nuria, su nieta María y Antonio, su yerno, que es como el guardés de la parroquia, el que abre, cierra y mantiene. El utillero del templo, en términos balompédicos.

El diácono pedía una segunda ronda en el bar Guadiana. El hombre que se enfadó con Dios fue profeta en su barrio. Y volvió al redil como ha vuelto cargado de niños, tatuajes y títulos el bisoño futbolista que nació el año de la mano de Dios en el Mundial de México. No existía el VAR y el diablo se quedó como en el monte de las Tentaciones. Con el rabo entre las piernas.

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