La ciudad y los días

carlos / colón

Negritos de agosto

LAS procesiones van por dentro todo el año, recorriéndonos las calles de la memoria, porque las devociones de todo año, esas que sólo tienen que ver con la intimidad de las capillas y los secretos del corazón, van por fuera en Semana Santa. Es un curioso intercambio. Se cierran las puertas tras las imágenes de nuestra devoción y se echa a las calles del recuerdo la procesión que va por dentro, la que nos asalta en cualquier momento de cualquier día del año, la que evocamos sentados ante nuestras imágenes una tarde cualquiera de invierno o de verano.

Siempre se oye un sonido de racheo en torno al Gran Poder, un trío final de Pasa la Macarena envolviendo a la Esperanza, un crujido de caoba y un chisporroteo de hachones ante el altar del Calvario, una saeta de fagot, oboe y clarinete disparada en San Antonio Abad, un eco de final de marcha con campanas en San Juan de la Palma. Siempre es Viernes Santo tarde en el Patrocinio, al igual que todos los viernes del año van prendidos del Señor del Gran Poder en la Madrugada. No vaya a creerse nadie que esto de la Semana Santa es cosa de unas horas que se olvide el resto del año. Muy al contrario: lo que sucede esa semana, todo el esplendor que se echa a la calle, es resultado de devociones y trabajos de todo año. Y así a lo largo de siglos.

Desde anteayer hasta hoy es íntimo Jueves Santo en la capilla de los Ángeles de la Hermandad de los Negritos: jubileo, triduo y función. Y el Jueves Santo tiene la cofradía algo de jubileo de agosto: azul de cielo de verano en los cíngulos, blanco de la cal del compás en las túnicas, arriates de jazmines y damas de noche en el paso de Nuestra Señora de los Ángeles, silencio de capilla y caoba en torno al paso del Cristo de la Fundación, y meditación de Sagrario ante su cuerpo desplomado. Lo que da al Jueves Santo su nota de máxima severidad y retrotrae la Semana Santa a su origen más severamente penitencial, crece durante todo el año en esta hermosa y pequeña capilla vivificada por la misa y la devoción diaria, el quinario de febrero y este triduo de agosto que trae a una ronda de coches, ruido y olvido toda la mística y la música del siglo XVI, toda la tensión trágica del barroco del XVII y toda la gracia art decó o modernista con la que Juan Miguel Sánchez hizo un guiño tardío a aquellos Negritos que salían a una ronda de adoquines, pisos regionalistas, garajes y nazarenos dando palique a compadres de chaquetilla blanca y sombrero de ala ancha con aire de Oselito.

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