La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El gazpacho que sufrimos en Sevilla
La lectura de unas novelas bien elegidas permite recorrer, paso a paso, las tierras andaluzas. Unos títulos sirven para desplazarse, con la imaginación, a lo largo y ancho de su geografía; otros, para conocer, por dentro, los conflictos de sus distintas clases sociales, o bien abren puertas para contemplar la vida en pueblos y ciudades, en épocas pasadas o recientes. Además, gracias al poder de evocación que conserva la novela bien escrita, esta recomendable peregrinación literaria puede hacerse sin moverse de un cómodo sillón, de la mano de una serie de novelistas que, desde mediados del siglo XIX, empezaron a difundir narraciones costumbristas y realistas, al mismo tiempo precisamente que Andalucía adquiría entidad regional propia. Casi puede decirse que la novela moderna y la invención de una cultura andaluza diferenciada surgieron a la par. ¿Pero por qué insistir tanto en que se emprenda ahora, en estos momentos, tal tarea? Porque Andalucía es, sobre todo, producto y consecuencia de la memoria y conciencia que de ella conservan sus habitantes. Y esa memoria (y la historia y la literatura que la alimentan) está cada vez más en camino de disolverse. Dado el triste y conflictivo panorama autonómico reinante en el país, las vivencias culturales y una conciencia combativa que las difunda son cada vez más necesarias. Y ante esta situación de deterioro y olvido, la novela es el único recurso al que puede acudir un andaluz para recuperar y mantener la memoria de su pasado. Aquellos libros de historia -escritos llenos de ilusión en los años setenta y ochenta del pasado siglo- capaces de remover el recuerdo de los viejos tiempos y recuperar los hechos y comportamientos que originaron la forma de vivir y la cultura andaluza, por desgracia se han visto obligados a recluirse casi exclusivamente en el mundo académico y universitario. No hay ningún interés institucional para fomentar su lectura. Y así, a grandes rasgos, en Andalucía ya sólo se mantienen vivas media docena de tradiciones, gracias al apoyo un tanto volátil del turismo y con el riesgo de un acartonamiento cada vez mayor. Por ello, esta insistencia en que cuando menos se lean novelas sobre Andalucía, como si se tratase de un último grito y refugio. Entrar en una biblioteca (quizás en la propia, en la que está en un estante olvidado), o, en una librería, moderna o de viejo, escoger un título que alimente la conciencia y la ilusión de que Andalucía aún existe, cuando menos en papel. Ese puede ser el último gesto de resistencia posible, ante una desidia que lo diluye todo.
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