FERIA Toros en Sevilla en directo | Cayetano, Emilio de Justo y Ginés Marín en la Maestranza

Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

Oderint dum metuan

NO, la frase que da título a este artículo no es un relleno en latín, de esos que dejan los compañeros de Diseño en las maquetas. Se traduce por "que me odien con tal de que me teman" y se atribuye a Calígula. Aunque bien que podría incluirse en el ideario de otro megalómano más cercano, José María del Nido Benavente. En sus once años y medio al frente del Sevilla, la antipatía que se ha granjeado entre enemigos más o menos directos del club ha sido directamente proporcional a los éxitos cosechados bajo su mandato. Ha sido un imperator odiado por temido. El temor al que hace daño. Al que ganó bastantes más campañas militares de las que perdió. Así lo refleja el laurel de los triunfos que llegó a alfombrar Nervión en aquellos quince meses dionisíacos, abrochados con esa Copa de ambrosía brindada a la memoria de Puerta.

Ayer, esos foros de agitadores -oradores, menos- que son las redes sociales ardían por la condena del abogado que delinquió en Marbella. Pero no pocos fuegos crepitaban también, en una bacanal de hiel y resentimiento, por la caída del presidente del Sevilla.

Es lo que tiene pasar de paria a advenedizo. De actor de reparto a protagonista tocapelotas. Ahora que el Sevilla, tras años de errática gestión, ha vuelto a una vida más prosaica y bajó a un estrato social más acorde con su historia, parece una broma que se colara en aquel bombo de cabezas de serie de la Champions, junto al Milan o el Manchester United y desplazando al Real Madrid al bombo 2.

Del Nido, como directivo de fútbol -que es lo que compete a esta sección- descubrió las cloacas de este negocio del balón desde muy jovencito, al lado de Luis Cuervas, impelido por su gran sueño, presidir el Sevilla. Y cuando se sentó en el sillón, supo cómo arengar al aficionado, cómo apretar al empleado y cómo embarcar al vestuario en la batalla. Ganó muchas. De ahí tanto vino derramado ayer. Que Pepe Castro y José María Cruz no lo olviden: que te odien, y con rabia, porque te teman. Mejor eso a ser un entrañable perdedor.

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