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Acción de gracias

Patti Smith

Era lógico que Patti Smith nos hablara de lo sagrado: llevaba toda la noche demostrándonos que era una diosa

Leyó aquellos versos, el Footnote to Howl de Allen Ginsberg, en los que se dice que todo es sagrado, el mundo y el cuerpo y alma y la piel (y también la polla y el agujero del culo: también lo más carnal, lo explícito, aquello que las convenciones excluyen o degradan, aquello que yo he estado a punto de censurarme en esta columna pero he acabado incluyendo porque eso está en el poema y está en la vida), todas las cosas y todas las personas y todos los lugares, todo eso es sagrado, la máquina de escribir -que hoy sería un ordenador o una tablet o un maldito móvil- y el poema y la voz y quienes lo oyen, y el éxtasis también es sagrado, y cada día contiene la eternidad. Era lógico que Patti Smith, el pasado lunes en el memorable concierto que ofreció en la Plaza de España, dentro del Icónica Fest, nos hablara de lo sublime: llevaba toda la noche demostrándonos que era una diosa, una sacerdotisa de melena cana, una vestal díscola que soltaba tacos y escupía al suelo, y ante la que no había otra alternativa que la devoción absoluta. Y después de recitar a Ginsberg homenajeó a William Blake. Nos regalaba la poesía, la emoción. Nos recordaba que nosotros, con nuestra carnalidad imperfecta y nuestro espíritu tembloroso, también estábamos bendecidos, también nos merecíamos un hueco en el olimpo.

Impresionaba ver a esa septuagenaria todavía fiera, su carisma y su energía intactas, compartiendo su preocupación por las jodidas guerras, por lo que hacíamos con la madre naturaleza después de la fiebre del oro, hermanándonos con el hechizo de su música a todos los extraños que había reunido. Hubo un momento en que escupió al suelo, ya lo he dicho, pero se pasó todo el concierto escupiendo -metafóricamente, esta vez- contra este tiempo que venera tan sólo a la juventud y arrincona a quienes tienen los años vividos marcados en el rostro, en el ánimo, a los que la experiencia les otorga una sabiduría que no cotiza en el mercado de valores del presente. Pero impactaba también cómo Patti Smith celebraba en una liturgia atípica la importancia del verbo. "El tiempo impone limitaciones físicas, por supuesto, pero con un control vocal impresionante fue capaz de sostener notas largas y resonantes sin vacilar siquiera, como si estuviese poseída por el significado de cada palabra", apuntaba el compañero José Miguel Carrasco en su crónica, y es cierto: cada palabra era sagrada, y nosotros, como les ocurrió a los apóstoles en Pentecostés, teníamos de repente el don de lenguas y la entendíamos como si nos hablara una amiga en una confidencia. Gloria a Patti Smith, que este lunes nos cantó que nosotros, la gente, teníamos el poder, y logró que, esperanzados y felices, la creyéramos.

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