Acción de gracias

Peligro: Navidad

Sólo hay que ponerse alguna película propia de estas fiestas para comprender todas las amenazas que acechan

Hay días que entiendo que el señor Scrooge sea un saborío y un malaje, aunque Dickens no lo retratara exactamente con esas palabras, o que el Grinch y los Gremlins malos la líen parda y se olviden de ese estribillo de noche de paz, noche de amor, y que las criaturas monten guerra con divertido desenfreno. No puedo evitar que su beligerancia me caiga simpática, porque, seamos sinceros, sólo un inconsciente o un temerario puede amar la Navidad, que únicamente hay que ponerse cualquier película propia de estas fechas para saber de los múltiples peligros y amenazas que acechan. El último papel de Lindsay Lohan nos advierte: si es usted una rica y caprichosa heredera, evite calzarse los esquís, que caerá por una ladera nevada haciendo la croqueta y perderá la memoria al chocarse con un árbol. A la muchacha, acogida en un modesto albergue, le espera el amor, que Cupido quiere cerrar el año con superávit y se pone a disparar flechas como un poseso en estas semanas. Pongan Netflix y quedarán avisados: si el temporal se complica y los aviones no despegan, ni se les ocurra compartir coche con un desconocido. Al principio ese extraño les parecerá un cretino y les crispará los nervios con cada cosa que diga, pero una noche frente al fuego ese tipo les confiará un tierno recuerdo familiar y, ay, entonces ese individuo les hará tilín y el corazón se les derretirá como una esponjita acercada a la chimenea.

Otra prevención que aprendimos de las películas: que si acabas de sufrir una ruptura y necesitas tiempo no debes aceptar la invitación de tu hermana a la cena de Nochebuena, porque está escrito que su cuñado recién mudado de Connecticut y al que todavía no conocíamos será un médico buenorro (con perdón) que lee poesía y toca el ukelele, y la única mancha que tiene ese ser impoluto es por la copa de vino que le has volcado en lo alto. Tampoco accedas a dejar el ajetreo de la Gran Ciudad y visitar a tu madre en Iowa, porque entonces el perro de la familia se atragantará con una bola del árbol de navidad que confundió con un donete y acabarás en la consulta de un veterinario, también buenorro -porque en las películas ya no hay gente fea ni cuerpos del montón-, y entonces saltarán más chispas que en la fundición en la que trabajaba la prota de Flashdance. Recelen también de las cenas de empresa, o de las funciones escolares, de las que no se salva ni el bueno de Hugh Grant. El amor está en el aire -en la nieve-, y ay de quien sea un huraño, que se le aparecerá el fantasma de las navidades futuras y le augurará que se va a quedar más solo y triste que un calcetín desparejado. Es por eso que entiendo a Scrooge, al Grinch y a los Gremlins malos, aunque, según la leyenda, cada vez que alguien reniega de la Navidad un pobre gatete muere en casa de Mariah Carey.

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