Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Perfil bajo

El mandato de Espadas transcurre de forma anodina sin que parezca que a la ciudad le importe demasiado

Juan Espadas, el alcalde discreto, tiene a su favor lo mismo que tuvo en contra su antecesor, Juan Ignacio Zoido, y que terminó por arruinar su mandato: las expectativas. Espadas llegó a la Alcaldía gracias a una carambola política y sin que los ciudadanos tuvieran muy claro qué es lo que cabía exigirle. A Zoido le pasó todo lo contrario: alcanzó el poder municipal en un momento de grave crisis económica global, que en la ciudad había adquirido caracteres dramáticos, y con los sevillanos hartos de una administración que había gestionado bastante mal los profundos cambios que habían sido capaces de poner en marcha y que -aunque parezca incomprensible visto con la perspectiva que da el tiempo- se les terminaron volviendo en contra. Zoido representó las esperanzas de cambio de una Sevilla harta de muchas cosas y que veía cómo se hundía sin que nadie fuera capaz de ponerle remedio. Se ganó durante sus últimos cuatro años en la oposición el respeto y la simpatía de mucha gente y fue tan hábil como para entrar a saco y llevarse miles de votos de zonas de Sevilla donde el Partido Popular estaba históricamente proscrito.

Luego, fue tan torpe como para dilapidar todo el capital acumulado y pasar de 20 concejales a tener que dejar la Alcaldía. La razón es que no supo gestionar el poder municipal. No respondió a ninguna de la ilusiones que había despertado y pasó por Sevilla sin dejar huella, cuando se le reclamaba algo muy diferente: ser un alcalde que marcara un antes y un después de la ciudad.

A Espadas le pasa lo opuesto: nadie le exige demasiado. Los sevillanos ven que tras año y medio de mandato su alcalde mantiene un perfil bajo; no tiene ningún logro importante que atribuirse, pero tampoco ha metido mucho la pata, sobre todo porque, más allá de la novatada de la consulta sobre la Feria, no ha tenido dónde. Le basta con bandear -ahí sí está demostrando habilidad y cintura- su situación de minoría en la Corporación, con el acicate además de haberse desmarcado de los dos partidos de la izquierda radical que le sirvieron para hacerse con el gobierno. Las cosas le van relativamente bien, no se puede quejar. No tiene oposición, algo de lo que no pueden presumir muchos alcaldes de ciudades importantes. El PP, tras la marcha de Zoido, está desarbolado y desnortado, sin un referente claro y profundamente dividido en dos sectores cada día más cainitas. Ciudadanos, más allá de apoyar los presupuestos, parece que ni está. Y los dos teóricos aliados del alcalde, Izquierda Unida y la marca local de Podemos, no funcionan ni como amigos ni como lo contrario.

Así las cosas, el mandato transcurre anodino, sin que parezca que a la ciudad le importe gran cosa lo que pasa tras los gruesos muros de la Casa Grande. A Espadas le basta con repetir de vez en cuando su mantra de la ampliación del tranvía a Santa Justa -bueno, ya sólo hasta Nervión- para desviar la atención del fiasco de la ampliación del Metro y muy poco más. Nada, desde luego, que justifique una gestión municipal en una ciudad que tiene los problemas que padece Sevilla.

Pero el horizonte lo tiene despejado: si no comete errores muy notorios en los próximos dos años tiene grandes posibilidades de mejorar sus resultados electorales y repetir en el puesto con más facilidad que en 2015. Entonces el PP, a pesar de los pesares, era mucho PP y como no se dé prisa y haga lo tiene que hacer en 2019 no será ni una sombra de lo que fue. No parece que, por ahora, el partido que encabeza la oposición al alcalde vaya precisamente por el buen camino. Tampoco puede permitirse Espadas el lujo de dormirse en los laureles. La política municipal, como sabe perfectamente, es en la que los ciudadanos mejor y más pronto analizan los resultados de una gestión. Y eso pondera en su contra, por poco que se esperase de él.

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