INDUDABLEMENTE, la calidad es el salvoconducto del futbolista para perpetuarse y mirar sin darle importancia a la inexorable caída de tacos de almanaque. El futbolista que tiene calidad dura más que el sólo forzudo. Aunque pudiera parecer un contrasentido y que fuese el tipo atlético y poco amigo del esférico objeto de cuero quien tuviese más lejos la fecha de caducidad, la vida nos demuestra continuamente que la longevidad y la calidad técnica van cogidas de la mano. El que sólo se mantiene por el físico durará lo que ese físico le permita llegar antes que el contrario, saltar más y resistir también mucho más.

Ocurre que ese bagaje físico hay un día en que te levantas de la cama y ya no existe. Sin saberse por qué, ya no se llega al cruce en el momento exacto, las faltas empiezan a proliferar, las tarjetas se multiplican y todo ello indica que el ocaso ha venido y nadie sabe cómo ha sido. En cambio, cuando el motor es la calidad, mientras las facultades físicas te permitan mantenerte con dignidad, sólo con dignidad, no hay que llegar siempre antes ni saltar más que el rival, la carrera no corre peligro. Han sido tantos los casos de genios que han jugado con una sola pierna, o en una parcela mínima de cancha, y que han seguido encandilando que la cosa queda demostrada.

Viene a cuento la divagación en lo que ofreció antier noche en el coliseo de la Castellana Alessandro del Piero. Antier noche y también quince días antes en el Comunale turinés. Aquella noche rompió al Madrid con un derechazo descomunal y fue como un adelanto de lo que recitaría a las dos semanas en rodeo hostil. Doblete en el Bernabéu para que la Vecchia Signora se llevase al santo y la limosna. Un gol con la izquierda y otro con la diestra para que Casillas se pregunte por dónde le llegaron las cuitas. Del Piero corre lo justo y suda lo preciso, pero si Gardel canta cada día mejor, el heredero de Roberto Baggio jugará hasta no se sabe cuándo. Y es que la calidad...