La esquina

josé / aguilar

¿Podemos o no podemos?

LAS dimisiones producidas en Podemos de Madrid, el distanciamiento de los diputados valencianos de Compromís y las crisis organizativas sufridas en el País Vasco y Galicia están induciendo a algunos, que quizás confunden la realidad con el deseo, a una conclusión precipitada: Podemos se agrieta y, a continuación, se hunde.

Ya será menos. La verdad es que los grandes partidos, a excepción de Ciudadanos -el que más está trabajando por una salida sensata-, están viendo cuestionados sus liderazgos y estrategias a causa de la crisis política, la incertidumbre y el atasco institucional. Podemos, también. Su enorme protagonismo, sustentado por los cinco millones de votos del 20-D, no autorizaba a imaginar otra posibilidad. Pablo Iglesias es el hombre más controvertido de la política nacional. Junto a Rajoy.

Pero no va a caer a corto plazo. Los conflictos internos a los que se enfrenta se derivan de su cesarismo, las inevitables luchas por el poder orgánico -decisivo cuando se empieza a tocar poder a secas- y las dificultades de asentamiento de un partido de aluvión en el que han de convivir los jóvenes iracundos que engrosan la tropa de la indignación del 15-M y los coroneles revirados que aspiran a dirigir la sublevación antisistema que no pudieron hacer bajo otras siglas. Ahora bien, ninguno impugna la orientación antisistema de Iglesias ni su política de pactos. Al contrario, creo que rechazarían abiertamente que el camaleónico Pablo accediese a rebajar sus exigencias al PSOE: la autodeterminación de Cataluña, Euskadi, Galicia y todo el que la quiera, y la exclusión de Ciudadanos de cualquier acuerdo para la investidura. Creo que las bases de Podemos son más radicales que la dirección de Podemos (mejor dicho, la parte de las bases que se moviliza, acude a los círculos y resiste sus prolongados debates). Distintos pueden ser los votantes, pero a ésos no se les consulta.

El verdadero problema llegará a Podemos por otro camino. Por el de las instituciones que vayan gobernando. Ya lo hacen en algunos ayuntamientos. Cada vez más, si les va bien, tendrán que administrar recursos escasos para necesidades crecientes, fijar prioridades, tomar decisiones, favorecer a unos y perjudicar a otros. Entonces es cuando habrán de discutir qué quieren ser, y no todos van a estar de acuerdo. Es más fácil destruir que construir. Más fácil asaltar los cielos que gobernarlos. Ya no será una crisis de crecimiento, sino de identidad.

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