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Procesional

Hay puntos donde colindan nuestra semana grande y la operación Puente de Londres

En estos días de tanta pompa en las Inglaterras, terciopelos negros, cañonazos al aire y tanto contarnos las teles en bucle que los funerales de la mamá grande están previstos con precisión y puntualidad británica, que nada se deja al azar y otras tantas alabanzas que apuntalan la presuntuosa idiosincrasia de la pérfida Albión, he comentado en varias ocasiones que, en espectacularidad, ese boato no le llega a la suela de las sandalias a la solemnidad procesional de nuestra Semana Santa. ¡Ya quisieran! Salvando todas las distancias -los desfiles principales de aquí conmemoran cosa distinta a un mundanal entierro, por muy regio que sea- hay puntos donde colindan nuestra semana grande y la operación Puente de Londres. Es como si los ingleses hubieran venido a pillar ideas sobre el poder del ritual, en concreto de los desfiles procesionales. El rito vivifica el mito. Desde el rey Arturo, bien saben por aquellas islas de la fuerza fundacional de lo legendario. Isabel II será enterrada con los ajuares y desfiles de una leyenda.

"¿Ha entrao ya en Campana Isabel II?", preguntaba antier, con fina ironía, una sevillana hartita de tanto tumbo y tanta tumba. En una sola frase resumía todo lo que les trato de contar: que aquí somos maestros en una forma sensacional de ritualizar y expresar el duelo. Y de asistir al mismo con sprezzatura, con "un saber estar", se diría. (Estoy segura de que los de London, por mucha flema que le echen, no se portan en una bulla como nosotros). En Sevilla, se sea cofrade o no, y se sea creyente o no, sabemos movernos con respeto entre la multitud que asiste a las procesiones. El poeta Benito del Pliego, que después de vivir en Nueva Orleans vino a Sevilla a impartir unas clases en la Pablo de Olavide, me contaba que había algo en esta ciudad del Guadalquivir que le evocaba a aquella otra a la orillita de Misisipi. Lo procesional, lo musical, la expresión popular del duelo, de alguna forma nos arrimaba.

Siendo Sevilla maestra en este tipo de ceremoniales, otros en los que en el mundo sajón suelen ser unos monstruos, aquí se nos dan regulinchi. Honestamente, los espectáculos de luces no son lo nuestro. Tenemos el Alumbrao, las luces navideñas, los fuegos artificiales, el recuerdo ensoñado del espectáculo del lago de la Expo y ahora eso de los drones. De ellos salimos más satisfechos o menos, según hayan ido, pero preferimos la lunita plateada en un claro del parque. Yo al menos. Convenzámonos: nuestra especialidad son las procesiones. Las que me pillan por sorpresa -salidas extraordinarias y otras de las que ni me entero- me exasperan. Pero también reconozco que el carácter de esa ciudad no sería el mismo sin nuestro afán por el desfile.

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