Quedarse en Sevilla

En algunas ocasiones no es un sacrificio del cordero degollado profesionalmente, sino un gesto de amor

Desde hace mucho tiempo, quizá desde Velázquez, quedarse a vivir en Sevilla se ha presentado como un sacrificio. "Fulano se pudo ir a Madrid, y hubiera triunfado allí, porque era un gran profesional, o un gran artista, pero prefirió quedarse en Sevilla", se oye a veces. Y esto se valora como una desgracia, como una decisión valiente para no perder de vista a la ciudad amada, sí, pero a costa de frenar la carrera profesional o renunciar a otros éxitos. Sin embargo, en algunas ocasiones, no se puede interpretar como un sacrificio del cordero degollado profesionalmente, sino tan sólo como un gesto de amor a Sevilla, y puede que a los sevillanos y sevillanas, que son sus habitantes. Es lo que ha ocurrido con el arzobispo, Juan José Asenjo.

El miércoles, antes de recibir el título de Hijo Adoptivo, lo recordó: "Como ya se sabe, me voy a quedar a vivir en Sevilla". Y para evitar malos entendidos, para que nadie piense que se quedará para conspiraciones en la sombra, añadió: "Colaboraré con mi sucesor en lo que me pida. Viviré en silencio y discretamente". El mejor ejemplo de los eméritos lo ha dado el papa Benedicto XVI, cuya verdadera personalidad había sido deformada. Algo semejante le ha ocurrido a monseñor Asenjo. Desde que llegó a Sevilla, se rumoreaba: "Ha venido como trampolín para irse después de arzobispo a Madrid". Y se dijo durante algún tiempo, a pesar de que él lo negó por activa y por pasiva.

Monseñor Asenjo repitió a quien lo quisiera oír que su trayectoria normal como arzobispo sería jubilarse en Sevilla. Y se va a cumplir. No era un gesto gratuito para ganar apoyos en los primeros momentos, que fueron los más difíciles. Por el contrario, la decisión de quedarse en Sevilla certifica su compromiso y su agrado con la ciudad que le ha nombrado Hijo Adoptivo. Pues ya sólo se trata de vivir tras su jubilación, y podría quedarse donde mejor le pareciera. Ya no es un nombramiento, sino una elección personal.

Otro de los galardonados, el predilecto Alfonso Guerra, también ha elegido Sevilla para vivir en su jubilación, en este caso política. Fue el diputado con más larga representación en las Cortes. Fue vicepresidente del Gobierno y tuvo despacho en Madrid como presidente de la Fundación Pablo Iglesias (el bueno), cargo que dejó en 2017. Pero siempre ha vivido en Sevilla, ha representado a Sevilla y ha sido un sevillano cabal, con sus puntos de vista.

Quedarse en Sevilla no es un sacrificio, es una suerte para quienes la valoran. Sólo lo lamentan quienes se sienten frustrados por sus propios errores en la vida.

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