Tarde tras tarde, el tedio habitaba entre nosotros. Tarde tras tarde de toros mastodónticos que parecían picados antes de ir al caballo mientras el público de Las Ventas, ese monstruo sin cabeza, vociferaba reventando la menor posibilidad de entretenimiento. Una tarde tras otra y desde la comodidad de la salita de estar, un espectáculo monótono en el que apenas pasaba algo, o nada la mayoría de esas tardes del mayo más lluvioso que se recuerda. Y en esto surgió la chispa que lo encendió todo gracias al heroísmo de un torero francés que se jugó la vida lanzando la moneda al aire. Salió cara como pudo salir cruz y los adentros se nos removieron ante la visión de la Fiesta en estado puro, recuperando la constancia de que es un espectáculo en el que se muere de verdad. Gracias, Sebastián Castella, por habernos devuelto con tu heroísmo la fe en el toreo, muchas gracias.
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