FERIA Toros en Sevilla en directo | Cayetano, Emilio de Justo y Ginés Marín en la Maestranza

Remordimiento y remedio

No es sólo la dureza de corazón; también una sociedad insegura nos hace menos generosos

La noticia de la muerte del fotógrafo francés René Robert ha recorrido el mundo como un aldabonazo en la conciencia. A sus 88 años se cayó en una calle de París y nadie le ayudó en 9 horas, hasta que murió congelado. Se ha escrito de la insensibilidad y la soledad de la gran ciudad; aunque eso no es nuevo. En los años 20 del siglo pasado, el poeta Fernando Villalón, conde de Miraflores, quedó desolado al cruzarse en la escalera de su casa madrileña con el ataúd de su vecino. No sabía su nombre ni que estuviese enfermo. Le espantó vivir en una ciudad donde un hombre podría estar agonizando pared con pared; y no enterarte. Quiso volver de inmediato a Morón de la Frontera.

Los pueblos, en efecto, son distintos. Si me diese un colapso en el Puerto de Santa María, mis vecinos me ayudarían enseguida, y tampoco faltaría quien, conociéndome, añadiría que no le extrañaba, con tanto café y tanto escribir, que esa vida no es sana…; pero, mientras me reñía, me auxiliaba, seguro.

La dureza de la gran ciudad se conoce de antiguo y no hace falta abundar ni repetir un menosprecio de corte ni una alabanza de aldea. Sí podamos añadir, junto al remordimiento y a una oración por René Robert, una reflexión que sirva de medio remedio.

Porque en este tristísimo suceso no todo es deshumanización de las masas. Hay otro factor: la inseguridad y el miedo. Se ha comentado mucho menos el vídeo de un señor mayor que viendo a un hombre durmiendo a la intemperie se acerca a taparlo con su abrigo. Cuando se inclina, el presunto mendigo se levanta, le golpea, le roba la cartera y se va corriendo.

A menudo, la renuencia a ayudar a los desconocidos no reside en la dureza del corazón, sino principalmente en la prudencia. Estamos escarmentados y resabiados. Con demasiada frecuencia, la pobreza ha sido una trampa para ingenuos.

Hay que reflexionar sobre los frutos podridos que tiene la inseguridad ciudadana. Hoy, para ayudar a un desconocido en la calle de noche, además de un corazón de oro, hay que tener un temple de acero. “Sociedad justa –afirma el filósofo brasileño Olavo de Carvalho– no significa nada más que una sociedad donde la lucha por la justicia es posible”. La mala política nos hace peores. Necesitamos seguridad, policía y un derecho penal efectivo también para salir a la calle sin miedo de socorrer a los necesitados. Es un mundo muy oscuro este en el que hay que ser un héroe para ser humano.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios