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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Repunte de bucolismo

Parece que hay señales de que el Aljarafe viva una segunda explosión como lugar para vivir

Es que ahora vamos a acabar todos en el campo? ¿Y si la pandemia trae como resultado el relleno de la llamada España vacía o vaciada? Empieza a haber síntomas de que hay quien ha comenzado a (re)planteárselo: dejar la ciudad y buscar su Arcadia particular en un entorno más natural, alejado de la urbe, más propensa a la expansión de porquerías como el Covid-19. El proyecto de una fuga al campo nunca abandona la cabeza, está ahí dentro, es recurrente. "Lo dejo todo, no aguanto más, me voy al campo". Pero casi siempre es de boquilla. Uno ha sentido el goce durante algunos fines de semanas -muy pocos- que se han alargado en algún pueblo en lo alto de una sierra. Narcotizado por el aire limpio, gastronómicamente seducido y sobre todo conquistado por el silencio adornado por rumores del bosque, uno deja volar la imaginación y se ve allí, por fin apartado del trajín urbano, del estrés de la ciudad...

¿Viviendo de qué? Creen muchos de esos urbanitas que se dicen cansados de una ciudad cada vez más inhóspita -y ahora encima apestada- que en el mundo campestre está todo solucionado y que no hay nada que hacer, tan sólo disfrutar. Claro. Es el resultado de ese fin de semana largo. Pero hay que tener en cuenta que el año en la campiña, en la dehesa y en el monte también tiene 365 días y los mismos sábados y domingos que el calendario de la ciudad. Allí hay que meter el cuello y fajarse en el tajo de sol a sol (salvo que seas un señorito al que ponen todo por delante, incluidas las rentas, pero me da que ya no quedan muchos así, debe ser algo residual).

Así que mientras continuamos con el reconcomio del abandono de nuestra actual rutina oficinesca en la línea de los protagonistas de esos reportajes de prensa y televisión a los que tantas veces hemos creído querer (y poder) emular -ejecutivo de una multinacional de postín lo deja todo y se dedica a criar cerdos y gallinas de gama alta; ejecutiva de un grupo empresarial en expansión dice adiós a los despachos y abre una exitosa casa rural-, asistimos a la noticia de que se barrunta otro éxodo, o casi, hacia más allá de la periferia y el extrarradio. Puede que de aquí a poco asistamos a un segundo capítulo de aquella explosión del Aljarafe como lugar para vivir. La primera fue en los albores de los noventa del siglo pasado. El mercado inmobiliario ha visto que vuelve a abrirse ese nicho, aprovechando el bajón de popularidad de la gran ciudad, tan receptiva con el bicho. Pero ojo, aquello no es el campo. Sus zonas residenciales son un sucedáneo pavimentado que mercadea con el repunte del bucolismo, un lugar con idénticas casitas y dentro los mismos pensamientos. No, algunos, a pesar del virus, preferimos a Sócrates: "No tengo nada que ver con los árboles del campo, sólo me interesa el hombre de la ciudad".

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