mARÍA JOSÉ ANDRADE

Periodista

Revisando Sevilla

Sevilla tiene su propio color; ese que imprime el sol cuando se cuela por cada rincón de la ciudad

Cuando alguien de fuera me pregunta cuál sería la fecha en la que visitaría Sevilla, no lo dudo… Elegiría siempre noviembre.

El once del calendario es mi mes favorito. La luz es diferente, personal y única. Los días se acortan, las tardes se hace eternas y hasta hace poco, era la época en la que parecía vaciarse de turistas la ciudad.

A mí me encanta perderme por las calles de esta Sevilla eterna. Me gusta vivirla, sentirla, escucharla, tocarla, olerla y saborearla porque Sevilla es auténtica, pero también tenemos que reconocer que ha sufrido un gran cambio y que ha ido perdiendo su carácter y todo el temperamento que la convierte en extraordinaria.

Sevilla tiene alma. No es fácil de comprender y tenemos que pararnos a percibir todas sus sensaciones. Debemos escucharla vacía ya de ese ruido impersonal de las ruedas de las maletas y de las miles de lenguas que la convirtieron en un Torre de Babel desorganizada.

Esta ciudad, como dicen los expertos en marketing, tiene una imagen de marca muy potente, identidad propia y un carácter definido que atrae a gente que llega desde todas las partes del mundo.

Sevilla tiene su propio color; ese que imprime el sol cuando se cuela por cada rincón de la ciudad antigua y moderna, y por eso no entiendo ese empeño en cambiar su sentido, sus ruidos, sus olores y sus sabores. No comprendo por qué no podemos mantener esa idiosincrasia que la distingue de las demás y que la hace típica, atípica y diferente.

Yo cuando viajo busco lo autóctono, lo de allí. Quiero degustar sus comidas, beber sus vinos y disfrutar de sus maneras, y no tengo intención de encontrarme con lo que tengo aquí porque lo vivo diariamente, sin necesidad de practicar un mimetismo extraño que nos hace parecernos a otras culturas y nos ha convertido en un gran bazar.

Por eso quiero recorrer Sevilla y oler a hierbabuena y no a curry. Quiero que la boca se me haga agua cuando llegue al barrio de la Macarena porque están friendo los calentitos de toda la vida, y necesito llenarme de río Guadalquivir cuando cruzo los puentes que me llevan a otras sevillas.

Amparo Cantalicio, que es una mujer de mucho talento y que de mercadotecnia sabe mucho, me dijo una vez que este turismo que nos había marcado en estos últimos años, tardaría en volver, y que nos iba a obligar a repensar en lo que es Sevilla y en cómo se va a mostrar hacia fuera cuando pase este tiempo de pandemia.

Ésta sería una gran campaña publicitaria. Una oportunidad para reencontrarnos. Un trabajo a prueba de cifras y en el que todos, administraciones y ciudadanía, tendríamos que dar un paso de gigante para llevarlo a cabo.

Habría que contar con los mejores para hacer realidad una ciudad responsable porque no podemos ni debemos permitirnos tener que renunciar a lo fuimos, a lo que somos y a lo que seremos, porque será la única manera de, como escribió Manuel Chaves Nogales, volver a ver en la "ciudad sabia y eminentemente sobria… las cometas infantiles en el cielo, como últimos adioses de la ciudad al sol".

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