PEPA Fernández entrevistó la semana pasada a Miguel del Arco y a David Trueba. Fueron dos conversaciones reposadas, una con motivo de los estrenos de De ratones y hombres y Madrid 1987. Se desarrollaron en la radio, por supuesto. En la televisión nunca serían posibles. Se comprende, hasta cierto punto, que las privadas no admitan este tipo de contenidos. Desde su implantación en 1990 dimos por bueno que fuese así. Más dudoso es que en las televisiones públicas tampoco puedan mantenerse este tipo de conversaciones. Que esto se dé por bueno, como normal, y nadie se queje.

Dirán que me repito más que el ajo, pero a veces pienso que más vale tener un par de ideas claras, que dar palos de ciego que a nada conducen. Ironizaba el propio David Trueba en la charla aludida sobre la feria en la que se han convertido las entrevistas de promoción en la tele, en donde los invitados de repente se ven enganchados a arneses participando en no se sabe qué locura de juegos. Por cierto, que en este mundo al revés, el aludido Trueba ocupa uno de los escasos espacios dedicado a la crítica televisiva en un medio escrito nacional sin necesidad de dedicar una sola palabra a un formato televisivo en bastantes de sus columnas. Palabra de honor de quien ha dedicado una tesis a inventariarlas. Se lo recordó la insigne Pepa Fernández, ante lo que el periodista se explicó. Cuando le concedieron ese honor, pactó que no le seducía nada chequear telebasura, sino tener la oportunidad de evaluar cualquier pantalla, esto es, de establecer su particular mirada al mundo. Hasta los eventuales críticos televisivos eluden hincar el diente para dedicarse a menesteres más ricos y enjundiosos. Es comprensible cuando en ese medio, con la de canales que acoge, emitiendo 24 horas diarias, ni siquiera puede caber media hora de charla distendida con Miguel del Arco y Trueba.

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