La aldaba
El derribo del vallado de la Fábrica de Artillería de Sevilla
NOS avisa C. A. de que los jaboneros de la china de la Plaza de América ya están en flor. En apenas una frase hemos nombrado dos continentes y eso nos recuerda que Sevilla es una ciudad-mundo desde la Baja Edad Media, antes de las Indias, cuando el puerto acogía a barcos que navegaban a Génova, el Magreb, el Mar Báltico, Inglaterra, la Macaronesia o el lejano y profundo Golfo de Guinea. Andar por esta urbe es ir pasando páginas de un atlas universal, como la de esos jaboneros de la China que hemos ido finalmente a visitar y nos trasladan a países y tiempos a los que las leyes de la física, las telarañas del bolsillo, la falta de tiempo y el pesimismo de la madurez no nos dejan viajar. Sevilla también es atlas histórico, un agujero de gusano por el que nos podemos deslizar hacia el pasado. Algunas veces, cuando caminamos por las espaldas del antiguo pabellón de Argentina del 29, hoy conservatorio de danza, escuchamos las notas de un piano español, quizás Turina-Albéniz-Granados, y vemos a esas bailarinas con moñitos y tutús, como sacadas de un cuadro de Degas. Es entonces cuando el alma se nos viste de rayadillo y canotier.
La Sevilla de los mil países y los mil tiempos asoma hasta en las páginas de actualidad. Sólo hay que detenerse en la polémica por la posible tala del gran ficus del compás de San Jacinto para que se nos dispare el espíritu stevensoniano y nos traslademos a la Bahía de Moretón en una fragata fantasma. ¿Cómo se puede cortar un árbol con nombre tan hermoso? Higuera de Bahía de Moretón... Es como matar a una Casilda o fumigar el Paraíso Terrenal. El ficus de San Jacinto es nuestro trozo de Australia en la ciudad, otra página de ese atlas geográfico e histórico que es Sevilla. Como el fresno talado en la Gavidia era representante de la vieja Europa. Los vikingos lo llamaban yggdrasil y Virgilio lo menciona en las Geórgicas. Puede que su ejecución fuese necesaria por cuestiones de seguridad ciudadana, pero los funcionarios de Parques y Jardines deberían llevar hoy brazaletes negros.
Volvamos a los jaboneros de la China de la Plaza de América. Ya lucen sus florecillas amarillas, agrupadas en grandes panículas, anunciando la que será la gran floración del inicio del verano, la de las acacias del Japón o sophoras, que convierten algunas calles secundarias del Porvenir en delicadas estampas de papel de arroz, pese al tráfico y el calor. Cuando se pasea por ellas en las noches del estío, ya solitarias y levemente iluminadas, bien podríamos estar en alguna calle del Tokio más periférico. Como cuando pasamos por el consulado de Portugal nos sentimos cerca del Macao colonial. Sevilla, además de atlas geográfico e histórico, es una cámara de espejismos, un espectáculo de barraca que nos deja boquiabiertos con sus trucos.
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