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La gandinga

Rosa G. Perea

Sevilla, espiga panadera en Madrid

Recuerdo. La Virgen de Regla de los Panaderos fue la mejor embajadora de la Semana Santa sevillana durante el vía crucis de la Jornada Mundial de la Juventud.

TODAVÍA me está dando repeluco recordar la mirada de mi buena amiga Esther Ortego en una de esas tardes de confidencias que nos regalamos. Y eso que ya son pocas cosas nuevas las que una puede descubrir de la otra. Les pongo en situación. Primavera recién estrenada que está pidiendo calle como las mocitas. Tarde templada sevillana, de ésas en las que te dan ganas de tener quince años y perderte por los rincones donde el azahar te quiebra la risa. Dos mujeres sentadas en un bar le están dibujando un paréntesis de oxígeno a unas vidas demasiado ajetreadas. En el horizonte de sus ojeras se les adivina el canalleo del relente en madrugadas de Cuaresma. ¡Ay, bendita cuaresma sevillana! Cuarenta días como cuarenta permisos carcelarios a unas almas que acumulan muchas condenas de trabajo y de preocupaciones. Las tazas de café agonizan al amparo de la tranquilidad de la esquina de la calle Carlos Cañal. Risas, muchos planes para lo que viene, antiguas anécdotas que provocan carcajadas nuevas y confidencias con inocentes conspiraciones. No se asusten, que no pasa nada, al fin y al cabo todavía somos aquellas dos niñas traviesas que ahora viven de okupas en el cuerpo de dos mujeres maduras. Dos mujeres a las que se les arrebata el ánimo cuando esta ciudad se dibuja en la frente la cruz de ceniza. Ya lo he escrito demasiadas veces. Lo sé, pero no me avergüenza volver a decir que mis años son cuaresmas separadas por trescientos y pico de días. Y les aseguro que los de Esther también. Quizás sea por eso que los periodos de sequía los alimentemos en la intimidad con la metadona del incienso, de Núñez de Herrera y alrededor de meriendas cofrades. Cada uno tiene un vicio y nosotras tenemos éste, sin ánimo de cura ni propósito de enmienda, que en el pecado llevamos ambas la penitencia con cruz y sin Cirineo. Y perdónennos aquellos que no entiendan que el síndrome de abstinencia es brutal y hoy más que nunca, pero es que hay ganas de lo que hay ganas, que para eso el año pasado nos quedamos con mucha hambre y con el corazón lleno de asignaturas pendientes.

Suenan clarines, cambio de tercio. El camarero trae tazas nuevas. "¿Has vestido yaa tu Virgen?", pregunto sin pensar. Qué hermoso me han sonado siempre los adverbios posesivos abrazados a las Vírgenes y los Cristos... Son como fe notariales de amores confirmados. Metáforas de consuelos contra el desamparo de soledades esquivas.

Esther da un sorbo a su café. Me mira intensamente con esos ojos de ruán que te lo dicen todo y que sonríen enmarcados en una hilera de pestañas bravuconas. Baja la voz y susurra: "¿Te cuento una cosa?". No hace falta que responda, sabe que quiero escucharla, empiezo a ver los ciriales de esta conversación. "Vas a pensar que es una locura, pero desde que volvimos de Madrid, mi Virgen de Regla tiene más carita de emperaora que nunca. Mientras anoche le estaba colocando en su mano la espiga la estaba mirando a los ojos y no podía creérmelo. En el fondo de esas pupilas roldanescas he podido ver el bullicio de la calle de Alcalá que la jaleaba como si fuera una reina, y que parecía que le iba a desbaratar hasta la Cruz de San Andrés de su candelería. Yo creo que se ha traído prendida en el palio toda la alegría que en agosto se respiraba allí. Y que ahora, cuando atraviese la puerta de la capilla de los Panaderos va a ir derramándola para todos nosotros, que mucha falta nos hace".

No es una locura, no conozco una mujer más pragmática ni más sensata que Esther. Sólo es que hay que saber ver donde otros simplemente saben mirar. Y yo la imagino vistiendo a su Virgen y dejándose acariciar por el instante mágico del rito que te prende el alma. Dolorosa que ofrece su llanto dulce y la mirada baja que no conoce luz de consuelo. Esther sabe muy bien de lo que habla porque lo vivió en primera persona y supo alimentarse de todo lo bueno que el acontecimiento de la mano de su Virgen le ofrecía. En aquel agosto madrileño sucedieron muchas cosas pero que quede muy claro que no se acabaron allí. Sevilla se fue prendida en la mano de la Virgen de Regla, como si una espiga panadera de oro fuera, y dejó a los pies de la Cibeles todas las plegarias de los que nos quedamos aquí.

Fue embajadora de una ciudad que hoy Miércoles Santo la espera para quedarse también grabada en sus pupilas.

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