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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

¿Es Sevilla monárquica?

La historia demuestra que cuando suena 'La Marsellesa' somos tan republicanos como don Francisco Pi y Margall

Hay personajes que se tratan sólo una vez, pero dejan una muesca en el cerebro. Nos pasó con Eliseo Alberto, al que entrevistamos en el antiguo bar del Hotel Colón cuando ganó el Premio Alfaguara con su novelón Caracol Beach. El escritor cubano, grande de cuerpo y alma, estaba hasta las narices (por ponernos finos) de la cursi de prensa de la editorial, que con su acento de goda le regañaba constantemente, le controlaba los tragos y lo tenía sometido a un estajanovista régimen de entrevistas. Desde entonces solemos apiadarnos de todos aquellos autores que están en gira promocional, repitiendo una y otra vez las mismas respuestas a periodistas que no se han leído su obra. Una de las últimas víctimas de esta tortura es José Antonio Zarzalejos, quien estos días anda por la espaciosa España con su ensayo sobre Felipe VI a cuestas, dejando por el camino un reguero de titulares en casi todas las cabeceras locales y regionales. No nos perdemos casi ninguna de estas entrevistas, porque la figura trágica del Monarca, acosado por raperos e infantas, nos resulta atractiva, interesante y necesaria, lo suficiente como para desenfundar el ordenador cuando de defender su trono se trata.

Entre las interviús referidas nos llamaron la atención las realizadas por dos buenos periodistas sevillanos, Pepe Izquierdo y Jesús Morillo, quien tituló a la hispalense manera: "Sevilla es referente en adhesión a la Monarquía española". Con toda seguridad hubiésemos destacado la misma idea, pero cabe una pregunta: ¿es cierta esta impresión de Zarzalejos? Digamos que sí y no. Sevilla -al menos la Sevilla oficialista- es folclóricamente monárquica y gusta de presumir de cierta mitología realista: Alfonso XII pelando la pava con María de las Mercedes en la Isleta de los Patos, el beticismo currista e irredento de la Condesa de Barcelona, copa de Canasta en mano; o el amplio anecdotario de la boda de la hoy triste infanta Elena, apoteosis del monarquismo marujo-turdetano. No hay duda de que a cierta Sevilla le gusta una real sangre tanto o más que un quinario. Pero que nadie se engañe, porque la historia demuestra que cuando suena LaMarsellesa aquí somos tan republicanos o más que don Francisco Pi y Margall. Pasó con la Gloriosa y pasó el 14 de abril de 1931, cuando la Plaza Nueva se llenó de antimonárquicos de toda la vida. No es nada personal, sino la manifestación de una tendencia colectiva a amoldarse a la nuevas situaciones, algo normal en las indefensas poblaciones de los valles, que no tienen roquedales a los que aferrarse para resistir. Aquí, a la hora de la verdad, los únicos reyes que se defienden son los ancianos barbudos de los naipes de don Heraclio Fournier, siempre que no los cambien por una de esas señoras macizas y despechugadas con las que se suele representar a la república.

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