La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La mala sombra de Sevilla Este
Recordarán aquella sobradez perfectamente prescindible de Joaquín Sabina: "Me ha dado un pastora soler", dijo, para explicar un ataque de ansiedad, una crisis de pánico -un yuyu, un chungo, un bajío- que le dio en un concierto. A la fenomenal cantante de Coria del Río también la atacaría el exceso de compromisos, algún tiempo antes. Probablemente, tuvo una reacción histérica, si entendemos -dijo Freud- que la histeria es una manifestación física de un fenómeno psíquico. A la propia vicepresidenta Yolanda Díaz le dio una cosilla hace unas semanas, y se retiró varios días. Como yo, supongo que usted también ha tenido algún episodio de este tipo, aunque sea de corte menor: una urgencia intestinal antes de una clase, una mudez repentina ante un auditorio, una actitud exagerada -por mucho o por poco- en el primer almuerzo con quienes acabarían siendo suegros, un llanto convulso ante los amigos, un ataque de impotencia con quien más deseaba, Messi tirando a las nubes un penalti decisivo. La cabeza y el corazón -si los consideramos más allá de su condición de órganos- pueden mandar más que "el cuerpo". Y es que todo es cuerpo, a unas malas.
Simone Biles es una gimnasta de época. En Tokio estaba destinada -condenada- a pulverizar todos los registros de la historia de los Juegos Olímpicos. Colapsó; en un proceso de angustia ante la responsabilidad extrema que se larva y se quiere ignorar, pero que puede a la postre acabar con tus nervios. Nervios en este caso de unaniña de 24 años, criada en la burbuja tiránica de la disciplina de su deporte (ojo: a nadie lo llevan amarrado al tapiz o las asimétricas). Algunos oportunistas se congratulan por que con esto se "ha visibilizado la salud mental". Hay bastante en todo este asunto de Biles de cóctel mediático, ventajista, aprovechado. La chavala tirará para delante, y hace bien en no poner en juego su salud. Porque, sin confianza, el deporte que ella practica puede romperte huesos y músculos, y ocasionarte un cataclismo personal. Hace bien en decir "hasta aquí hemos llegado, no puedo". La federación estadounidense del ramo se ha comportado deportivamente; y el equipo, igual. No es, sin embargo, de recibo que se quiera hacer de esto una tragedia de muñecas rotas y una coartada para denigrar a los Juegos Olímpicos y a la exigencia natural del deporte, y más de la gimnasia deportiva. Dicho sea de paso, podemos plantearnos a qué viene que las féminas deban sonreír en plena exigencia máxima del cuerpo y la mente, y los varones puedan eliminar ese hándicap absurdo y cosmético.
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