TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

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Un saludo desde la sartén de la Selva Negra", se despide en su mail el director del encuentro de literatura en Alemania al que asistiré mañana. Siento un escalofrío, me echo por los hombros la mañanita. Por tercer día consecutivo, el alba se guarda el relente en el bolsillo del vestido que tendí en la azotea. "Ay, museo del Louvre/ si te vas a bañar en el Sena/ métete donde no cubre", bromeo, de gaditanas maneras, con un colega que vive en París. Ha pasado allí unos días infernales. Como en Vitoria. "Te vas a asar en esa buhardilla en cuanto llegue mayo", gritó desde el bajo mi vecino de casa. Y ya es julio, y nada. "La ola de calor llegará", nos decimos, mientras abrimos la sandía bajo la sombra de las aspas del ventilador. Escuchamos a algún sevillano ponerse un pelín bilbaíno, "a cualquier cosa llaman calor los de Burgos". Nos aseguramos de que estén hidratados los más pequeños, los más mayores y los resacosos, conocemos por los medios casos de muertes por golpes de calor. Sin embargo, sentimos que la ola de calor apenas nos ha rozado, acaso lo justo. Tanta brisa me confunde. No soy la única que se ha extrañado de que la ola de calor no haya descargado torrencialmente sobre Sevilla. Mientras el resto de Europa se agobia pensando en el cambio climático cuando viven una ola de calor, en Sevilla pensamos en eso mismo porque no la padecemos. En la ciudad de la flama un aire fresco estremece las cortinas.

En esta semana se han difundido al menos tres informes que constatan los efectos de la crisis climática en forma de temperaturas récord y fenómenos extremos como la ola de calor que ha recorrido Europa, de la que sorprendentemente nos hemos casi librado arrimándonos un poquito a la pared. Arguyen los agnósticos climáticos que estamos como siempre y que lo único pasa es que de año a año nos olvidamos. Que en verano hace calor y en invierno frío y que eso no es noticia. Y se adhieren a la visión que Ortega y Gasset (recuerdo que él también era él y sus circunstancias) tenía sobre nosotros: que en nuestro "ideal vegetativo", los andaluces somos dóciles a las inspiraciones atmosféricas. Para mí que el filósofo lo dijo con desdén, pero he de decirles que este vínculo prístino de lo andaluz con lo atmosférico me parece sabio, y nos honra.

De seguir así -leo en este diario- y no poner en marcha actuaciones de mitigación, Sevilla habrá ganado en 2050 más de 4 grados de media con respecto a hace medio siglo. De hecho, el verano es ya aquí cinco semanas más largo que hace 40 años. Aunque la mañana está fresca, vamos demasiado tarde. El cielo clama medidas serias y coordinadas desde lo local a lo global. ¿Qué se hace y con qué empuje? A este paso, la lluvia en Sevilla sólo será el modesto nombre de esta su columna de opinión local.

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