Hicimos la semana pasada un ejercicio que servía para convertir el deseo en realidad, el sueño despierto en una ucronía rociera que nos llevaba al paso de hermandades por la Plaza de España de Villamanrique. Hoy ya ha pasado todo, pero no dejaba de pensar ayer en lo que esa noche hubiera sido Triana de no haber mediado el bichito cabrón que le ha cambiado la vida al mundo. Anoche habrían entrado las carretas por Castilla y Triana habría sabido y olido a pueblo como en cualquiera de sus días más señalados. Igual que en esa amanecida de Viernes Santo esperando que la Virgen morena vuelva de Sevilla, que la mañana en que se pone rumbo al Rocío o como dentro de un par de domingos, con ese Corpus Chico que hace oler a romero al corazón de Triana. Nos pasó anoche que en medio de una entrañable tertulia, uno se acordaba de lo que fue y no pudo ser.
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