El lanzador de cuchillos

Spiriman

Estoy convencido de que Jesús Candel era un buen hombre que acabó engullido por su personaje

Al grito de yeah! lideró una movilización ciudadana sin precedentes. En una ciudad con justa fama de indolente como Granada sacó más gente a la calle que la Virgen de las Angustias. Llegué a perder la cuenta de las veces que, espoleados por el médico youtuber, los granadinos se levantaron del sofá para gritar a los responsables socialistas de la Junta que no iban a renunciar a sus dos hospitales completos.

Carlos Cano expresó una queja cargada de pesimismo social en aquella famosa copla carnavalera. Ya saben, la que decía eso de "si en vez de ser pajarito, fuéramos tigre bengala, a ver quién sería el guapito de meternos en una jaula". Acostumbrado como estoy a los peros y paraqués de mis paisanos, contemplé atónito el milagro que obró Jesús (Candel): conseguir que el apático pajarito granaíno mutase en fiero tigre de bengala que enseñaba, por fin, los dientes al poder. En una ciudad donde los problemas suelen morir en la cama como si fueran dictadores gallegos, la tenacidad, la determinación y la fe del doctor de gorra y gafas negras eran, sí, una raya en el agua, pero también una puerta abierta a la esperanza.

El médico de Urgencias se convirtió en una estrella mediática y todas las provincias de Andalucía requerían su presencia arrolladora. Pero la spirimanía reveló una faceta oscura de su personalidad. La verborrea vehemente, pero bienhumorada, de los primeros vídeos, dio paso a un discurso hosco y agresivo en el que se injuriaba y amenazaba a todo el que se atreviese a matizar mínimamente su errática línea argumental. Spiriman, respaldado por "el pueblo", hablaba ya desde el púlpito de su autoproclamada superioridad moral, y no aceptaba más verdad que la suya, que sólo podía ser contradicha por sinvergüenzas movidos por intereses bastardos. Como el quijote 3.0 que creía representar, empezó a ver enemigos por todas partes, a los que azuzaba de manera irresponsable el doberman de las redes, propiciando su linchamiento inmisericorde. Se convirtió en un problema para la propia causa que defendía.

Estoy convencido de que Jesús Candel era un buen hombre que acabó engullido por su personaje; por eso, en la injusta hora de su muerte, tan joven, quiero recordar, como hicieron el sábado miles de personas, al tipo simpático y enérgico, a la fuerza de la naturaleza que se echó a la espalda, ya sabemos a qué coste, el futuro de la sanidad pública andaluza.

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