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Confabulario

Manuel Gregorio González

Teatro

EN realidad, hay muchas definiciones de teatro. Para Ortega, el teatro era "la metáfora visible". Para Larra, unos actores dando voces. Para Fernán Gómez, el teatro son "unas señoras". Para el Nobel Echegaray, algún lance de honor en versos campanudos. Para el siglo barroco, el teatro era el mundo mismo, un mundo lleno de reyes, corchetes y vizcondesas. Para Alberto Garzón, candidato por IU, el Pacto de Estado de Rajoy es un teatro en el que no piensa participar. Y ello por un motivo muy simple. Ha dicho don Alberto que "el principal problema es entre ricos y pobres, y no entre España y Cataluña". Lo cual es absolutamente cierto; de ahí que no entendamos la postura del señor Garzón.

Digamos, utilizando el argot teatral, que don Alberto acierta en el planteamiento, se tambalea en el nudo y yerra en el desenlace. Si el problema es un problema de clases, en el nacionalismo sólo hay dos: nacionales y extranjeros. Si la cuestión es una cuestión de derechos y retribuciones, en el nacionalismo todos esos derechos se filtran y disipan a mayor gloria de una fantasmagoría inconsútil: el Pueblo. No es por ponerme insistente, pero cualquier lector de Marx le dirá al señor Garzón que, para la izquierda clásica, el nacionalismo es una de la argucias del gran capital (aquellos señores con levita y chistera que fumaban unos puros enormes) para eludir las reclamaciones del obreraje. Y si aún tiene dudas, siempre puede acudir a La velada en Benicarló de don Manuel Azaña. Si todo esto lo sabe el señor Garzón; si entiende que el problema no es Cataluña o España, sino cuáles son los derechos de los españoles; si le parece obvio que las esencias nacionales no le dan de comer a nadie (a nadie que no pertenezca a un partido nacionalista, quiero decir); si está claro todo lo anterior, repito, ¿por qué guardar esa boba equidistancia entre e la Constitución española y la arcadia pirenaica de los Pujol, la familia que ahorra unida?

Al señor Garzón, por otra parte, no se le pide que cante del brazo de Rajoy las bondades de la Escuela de Chicago; ni que se intercambie whatsapps con Pedro Sánchez, ni que se haga amigo de Rivera en Facebook. Lo que se le pide al señor Garzón, en una hora particularmente oscura para los españoles (y mayormente para los modestos españoles de Cataluña), lo que se le ha pedido al señor Garzón, como actor principal en este infortunado drama, es que defienda sus propias palabras.

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