Acción de gracias

Tercer Cielo

Quienes no pertenecemos a un equipo de fútbol buscamos en otros lugares el destello que nos lleve al entusiasmo

Por mi despiste no llegué en su momento a Claridad, su primer disco, pero adentrarme en su siguiente trabajo, El niño, aquella apasionante revisión del legado de Pepe Marchena, me supuso una verdadera conmoción. Durante meses escuché una y otra vez los cortes de aquel álbum, el fandango de Orillo barcelonés y la colombiana de El venadito, y se fue haciendo cada vez más evidente una intuición: uno presagiaba que en esa voz prodigiosa, en el modo en el que convivían pasado y presente, había mucho futuro. Quienes no pertenecemos a ningún equipo de fútbol ni sentimos especial afición por los deportes buscamos en otros lugares -un teatro, un concierto, un libro- el destello que nos lleve a la identificación, los motivos para el entusiasmo, alguien a quien seguir, porque también en la música, en la cultura, se crean esos lazos afectivos, esa fidelidad propia de quienes van a un estadio cada partido que se juega en casa. Yo ese año 2014 decidí ser de Rocío Márquez, igual que admiro y soy leal a otros artistas, y jamás me he arrepentido desde entonces.

Contaba la onubense el otro día en una entrevista que tras ganar la Lámpara Minera en La Unión, en los principios, se embarcó en una serie de recitales donde desplegaba un repertorio que mantenía bajo control, donde volcaba su virtuosismo y su formación académica y no había fisuras ni espacio para lo impredecible. Ahí, para nuestra fortuna, descubrió que la corrección era otra forma de gangrena, que el intelecto ha de acompañarse del corazón y las tripas, que el arte conforma un territorio de libertad, de discusión o debate, aunque las revoluciones se hagan desde el respeto y el conocimiento. En este tiempo, Márquez aprendió que una voz, por poderosa que sea, acaba sonando hueca si no dialoga con los otros, de ahí su propensión al mestizaje, ya sea con la música contemporánea de Proyecto Lorca (en el disco Firmamento), la guitarra de Canito (Visto en el Jueves) o la viola de Fahmi Alqhai (Diálogos de viejos y nuevos sones). Tercer cielo, el álbum que ha sacado este año junto a Bronquio, con asesoramiento en las letras de nuestra querida Carmen Camacho, confirma el acierto de esa creadora que dejó la parcela que le pertenecía por derecho para buscar la aventura a la intemperie. De nuevo, la emoción de lo inesperado, el riesgo, la poesía, rasgos ya marca de la casa, y esa garganta única que ha encontrado en la electrónica una nueva expresividad. El compañero Pablo Bujalance escribió una vez que Rocío Márquez representa la Andalucía que queremos, y es cierto. Sus seguidores le agradecemos que una y otra vez haya ido un poco más allá, derribado barreras, ensanchado los límites, porque nosotros también sentimos -los misterios del arte- que de algún modo hemos crecido con ella.

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