Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Sevilla, hoy por hoy, no es Reikiavik

El Ayuntamiento de Sevilla niega el repunte de la 'botellona' y dice que hay lo habitual, una manera de asumir que el problema tiene difícil solución

Dice el Ayuntamiento de Sevilla que no hay un repunte de la botellona, que hay lo normal en cualquier fin de semana. Es una peculiar manera de reconocer que existe un problema, aunque bien sea cierto que la oposición está más interesada ahora que nunca en hacerlo patente. Es obvio que la campaña calienta motores y en el caso del PP desde hace ya semanas, las mismas que lleva Beltrán Pérez haciendo “reparto electoral”. 

Este escenario político desvirtúa fácilmente la realidad. Pero es innegable que la magnitud de la botellona está creciendo en estas últimas semanas, como cada otoño a la vuelta a las aulas. No hay remedios mágicos, ni político que se resista a admitir que es más que complicado encontrar la solución. Fracasaron los botellódromos y algunos ayuntamientos se decidieron a cambiar incluso los bancos en las calles y plazas para evitar las concentraciones juveniles y sus fiestas etílicas.

Cuando la situación se desmadra, lo único eficaz parecen ser las sanciones y el mayor control policial para evitar lo que por ley está prohibido: beber en la calle.

Y si no se puede consumir en la calle, permítase que se haga en los locales, eso sí, a bajo coste, para que el bolsillo no sea el argumento que lleve a los jóvenes a provocar auténticos problemas de convivencia y hasta de seguridad. Hasta que el sector hostelero se revela porque un problema social, cultural, no puede acabar convirtiéndose en uno económico...

Difícil acertar. Y todavía algunos piden menos represión y más educación. ¿A quién hay que educar? No se puede pasar por alto que quienes se van de botellona, en un alto porcentaje, son menores. El Lipa es una pasarela etílica para quinceañeros. Y las familias deberían alzar la voz para algo más que denunciar los ríos de orina y basura que siembran las calles al amanecer.

Hasta la fecha sólo Islandia parece que ha logrado encontrar la clave. Allí hace 20 años que saltaron las alarmas. Y, por ahora, sólo algunas ciudades europeas, Tarragona es el único ejemplo conocido en España, han optado por seguir, más o menos, su modelo. El programa se denomina ‘Youth in Europe’ y también está siendo copiado por algunas urbes sudamericanas.

¿Qué hicieron los islandeses? Promulgaron leyes con importantes prohibiciones. No basta con amonestar a los menores, las sanciones deberían ser importantes y para los padres. Y en España este debate no se ha abordado con esta contundencia. En Islandia se llegaron a instaurar toques de queda para adolescentes de entre 13 y 16 años: antes de las 10 de la noche en invierno y de la medianoche en verano deben estar en casa. (En otras épocas esto lo imponían las familias, ¿no?). Y se promovió una medida polémica: bombardear a estos jóvenes con actividades extraescolares que llenan tanto su tiempo que no dejan lugar para ninguna otra diversión. ¿Es demasiado? Esto va más allá de ofertar talleres de salud pública y partidos de baloncesto en canchas iluminadas. Otro fracaso.

Lo que ocurre es que para que este plan salga adelante tiene que haber un trabajo coordinado detrás, de familias, instituciones, empresarios... Y Sevilla, hoy por hoy, no es Reikiavik.

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