Valor añadido

Carmen Calleja

Trabajar en Alemania

HACE semanas se vendió como noticia que Alemania buscaba profesionales españoles de nivel superior para trabajar en ese país. La habitual media verdad con que nos obsequian los informadores sostenía que era una fórmula de emigración española, por la crisis, específicamente a Alemania, cual si fuera una repetición del éxodo de trabajadores de los años del brutal desempleo franquista. A ello siguieron artículos de opinión que calificaban esto de "fuga de talentos".

La oferta de empleo entre países de la Unión Europea es una práctica habitual articulada a través de Eures, una institución creada en 1993, de colaboración entre la Comisión Europea y los Servicios Públicos de Empleo de los Estados miembros, para fomentar la movilidad profesional en la UE. Hoy mismo puede verse en la web de Eures: "Eures ayuda a ciudadanos alemanes en busca de empleo a encontrar una oportunidad en la campiña suiza". O sea, no se trata de facilitar el flujo de emigración desde países pobres a países ricos, sino de lograr un objetivo de la Unión: la movilidad laboral dentro del mercado único.

En España es tradicional militar en el pesimismo. Puede que esté en nuestro ADN como secuela por la pérdida de la hegemonía mundial que un día tuvimos. O que sea una característica del pensamiento reaccionario. Es célebre la frase de Cánovas del Castillo, tan venerado por la derecha que da nombre al buque insignia de las Fundaciones del PP. Cánovas afirmó que "son españoles los que no pueden ser otra cosa".

Sólo en esa clave puede verse la petición de contar con nuestros profesionales como algo totalmente negativo. Hay otra lectura posible: los universitarios españoles están entre los mejor preparados; nuestras universidades transfieren conocimiento de modo excelente; trabajar en el extranjero aporta experiencia, aprendizaje de otra metodología, cultura y know-how empresarial, además de quitar el pelo de la dehesa; el retorno al país de origen repatría también los conocimientos adquiridos, etc. Considerar que los recursos públicos invertidos en la formación de personas que van a trabajar en el extranjero es algo como tirar el dinero es desconocer el enriquecimiento, el valor añadido, que aporta esa experiencia y que más o menos pronto volverá a España.

Cuando profesionales no españoles que vienen a trabajar entre nosotros sentimos gran admiración, como si trajeran un saber aquí ausente: ingenieros ingleses en Río Tinto, aeronáuticos franceses en las factorías andaluzas de Airbus; enólogos alemanes en bodegas riojanas o gaditanas. ¿Por qué no sentir lo mismo, y orgullo patrio, cuando son nuestros jóvenes quienes hacen lo mismo en esos países? La respuesta está en la pesimista y reaccionaria frase de Cánovas.

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