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El lanzador de cuchillos

Traidores

La nobleza y la fidelidad son los pilares que sostienen cualquier proyecto perdurable

Se le atribuye a Fred Rogers, el mítico presentador norteamericano al que interpretó Tom Hanks en Un amigo extraordinario, una de las mejores frases sobre la deslealtad: "Una sola traición basta para empezar a desconfiar hasta de los más fieles". Para establecer vínculos sociales de cualquier tipo a las personas nos hace falta la confianza, pero el camino de la humanidad está empedrado de vilezas y felonías. La historia del hombre -desde Adán hasta nuestros días- se ha construido sobre grandes desafíos y proezas inigualables, pero también al amparo de actos deleznables. Dentro de estos últimos, la cobardía de la traición ocupa un lugar de honor -con todas las comillas- en la interrelación humana. En todo tiempo, viejos aliados han terminado matándose o en bandos opuestos por diferencias de opinión o cálculo político. Desde la antigua Grecia del espartano Efialtes de Tesalia, el solitario dueño de una granja de cabras cerca de las Termópilas que traicionó a su rey Leónidas por una recompensa que nunca obtuvo, al Imperio Romano -un vademécum de la perfidia- o nuestro Fernando VII, que no por capricho fue bautizado como "el rey felón".

En el terreno de la política -lo aseguró hace poco el ex presidente de Colombia Juan Manuel Santos en una entrevista para El País-, la traición no es la excepción, sino la regla. Hay incluso quien se pregunta si política y lealtad son compatibles. Raúl Woscoff afirma que traición y política son términos hermanados. Que la segunda es el ámbito donde la primera se ejerce con mayor pasión. Pero el buen gobernante comprende que la nobleza y la fidelidad son los pilares que sostienen cualquier proyecto perdurable, porque generan confianza y robustecen la unidad.

Sabemos por Víctor Hugo que la verdad es el alma de los honestos, la mentira, el alma de los cobardes y la traición, el alma de los miserables, y por Maquiavelo, que la traición es el único acto de los hombres que no se justifica. Decía el florentino que los celos, la avidez, la crueldad y el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias, pero los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos. Otro florentino, Dante Alighieri, en la Divina Comedia, reservó para ellos el último círculo del infierno y los sumergió en un gran lago helado. Aunque los Judas de la política saben que donde de verdad se pasa frío es fuera de las prebendas y privilegios del poder.

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