EL día en que un deporte colectivo protagoniza la mentira de premiar mundialmente a un rendimiento individual, el Balón de Oro, es otro de esos lunes en los que el mundo se divide entre fracasados y ganadores. Feo –y a la postre muy negativo– vicio el de esta sociedad que distingue entre halcones y palomas y que educa a eternos insatisfechos, individuos que serán carne de futuras frustraciones.

Hoy Benzema es el triunfador y Lewandowski el fracasado (como mañana puede ser al revés); Ancelotti el macho alfa y a Xavi casi le están engrasando ya las bisagras de la gatera después de una semana para olvidar cuando hace nada era el mago que le había cambiado la cara al Barcelona. Menos mal que están las hemerotecas, pero como nadie pierde el tiempo en recurrir a ellas el pasado simplemente no existe.

Es lo menos que nos puede pasar cuando educamos a nuestros hijos para que se esfuercen y los fiche el alevín del Sevilla o el Betis, para que no tengan ni un día libre de actividades extraescolares y estemos todo el día diciéndoles que Gudelj es más malo que Fernando y Borja Iglesias más bueno que Willian José.

Sampaoli construye desde la defensa (vaya, hombre, qué casualidad) la mejoría del Sevilla y Lopetegui se merecía engrosar la cola del paro. Un técnico de éxito y otro fracasado que demasiado tuvo con ser despedido de buena forma por la afición agradeciéndosele los servicios prestados.

Es para preocuparse que silogismos tan simplistas manden en la sociedad en general y en el fútbol, como expresión de ella, en particular. Si todo nos lo reducen a éxito o fracaso, menos tiempo tendremos para pensar, que eso sí que es peligroso, que pensemos.

La dinámica del lunes es la soñada por las cadenas nacionales que informan de Madrid y Barça y ya si eso del resto... si se meten en un escándalo. Balón de Oro a Benzemá y resaca del clásico. Vencedores y vencidos. Qué aburrido todo.