Acabó el culebrón que originó el Fuenlabrada de la forma más cruel imaginable, mediante un penalti que no fue en pleno y largo descuento. Quizá haya sido justo ese final, pero dicha justicia fue de la mano de unas sobredosis tremendas de crueldad. Las palabras del entrenador del Fuenlabrada dejan entrever algo que subyacía en la mente de cualquier aficionado cuando comprobó cómo se escudriñaba a ver si el lance acarreaba penalización.

Otra vez la labor del VAR bajo sospecha, como aquella noche de Villarreal en que entre el colegiado Estrada y el VAR le echaban la lupa a ver si Bartra pisaba la raya frontal del área o no. Aquello, aun lejano, sigue en la memoria del aficionado y antier en Riazor se reavivaba en la demostración de que el VAR es un arma de destrucción puntual. Y Sandoval, desde su lógica indignación, daba con la clave de todo al decir que ese penalti se había pitado desde Madrid.

Como para quedarse tranquilo con el VAR, como pensar en que cuando el árbitro yerra es por ese error que el humano lleva en su mochila. Si ya estaba en cuarentena el artilugio tras los distintos escudriñeos y los muchos escaqueos, desde el pasado viernes, a punto de dar las diez de la noche en todos los relojes de las Rías Altas, la credibilidad de cuantos manipulan el VAR ha quedado bajo mínimos. Ese penalti que no fue a la carta que sí fue le ha dado un golpe fatal al invento.

Duro con las espigas y suave con las espuelas, al revés de cómo Federico calificaba a Ignacio, mediante el VAR ha caído en la cesta la cabeza del más débil. Disfrazado de guillotina justiciera el artilugio, el Fuenlabrada se queda donde estaba, aquí paz y después gloria. Gloria o descanso para gente que ha gestionado muy mal este largo e incomprensible culebrón. Muerto el perro se acaba la rabia y ya nadie podrá dudar de la honestidad de un padre con hijo en la misma obra.