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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Pasó por el antiguo cine Córdoba de Puertollano y le vino la ocurrencia de los dos euros

Mi amigo Fernando y yo nos conocimos cuando teníamos seis años. Vivíamos en casas adyacentes de la barriada de las 309 de Puertollano que la empresa Calvo Sotelo construyó para sus trabajadores. Seguimos teniendo seis años, esa cifra duplicada seis décadas después. Cuando el tiempo nos alcanza, usando el verso de Cernuda con el que Guerra tituló sus Memorias. Nos fuimos juntos a estudiar a Madrid, pero él regresó al pueblo. El domingo vio pasar los autobuses que iban al mitin de Pedro Sánchez muy cerca del Terry, una montaña formada por materiales y residuos de las antiguas explotaciones mineras. Si hoy es martes, esto es Bélgica. Ayer fue martes y los dos ya tenemos edad para ir al cine por dos euros. La última ocurrencia de Locomotoro.

Antes Puertollano estaba lleno de cines. Ahora sólo queda uno, el antiguo cine Córdoba que ahora se llama Hermanos Ortega. Dicen que el presidente del Gobierno que en estas municipales va de Carlos III (el mejor alcalde, mi menda) pasó por delante del cine y puede que allí mismo se le encendiera la penúltima prebenda de Mr. Marshall. Los salesianos ya daban cine gratis todos los domingos y los que no estudiábamos en los dominios de San Juan Bosco jugábamos al fútbol en un equipo que llevaba el nombre de Oratorio.

La lisonja presidencial de Cinema Paradiso de pitiminí ha despertado los recuerdos cinematográficos de la infancia y adolescencia que compartí con mi amigo Fernando. Las películas de Fumanchú en el cine de verano de la plaza de toros; los westerns de Old Satheram y Winnetou en el cine Calatrava, personajes de ese Far West inventado por Karl May, un Oeste recreado por un escritor de la Alemania del Este; la proyección de El Guateque en el cine Imperial, muy cerca de donde por Navidades comprábamos la mistela; y el glamour del cine Lepanto, el estreno de El Padrino, los sueños precoces con Laura Antonelli. El mismo cine donde para escándalo de las fuerzas vivas (algún sacerdote y el gobernador civil), los alumnos del instituto Fray Andrés llevamos Muerte en Venecia de Visconti con lleno hasta la bandera. Música de Mahler, novela de Thomas Mann, todo para recaudar fondos con los que financiar nuestro viaje de fin de curso a Palma de Mallorca.

Le pregunté a mi amigo Fernando si ayer aprovechó el descuento presidencial para ver alguna película en el único cine que queda en el pueblo. El gran avance social de la chistera del prestidigitador que vino de Washington a Sevilla y de Sevilla a Puertollano, como el AVE o los equipos de la ciudad cuando estaban en Segunda y jugaban contra el Calvo Sotelo. De Biden a Bildu, la cruda realidad. Fantomas vuelve, qué grandes películas con la personalidad de Louis de Funes. El Falconmaltés. Visite nuestro bar. Creo que sesenta años después, Fernando prefirió pararse en la Fuente Agria para llenar sus botellas con el agua ferruginosa y milagrosa inventada por el doctor Limón. El lugar donde quedaban los enamorados, los excursionistas y los deportistas. Casi no quedan cines en mi pueblo. Y convirtieron en pisos el Gran Teatro, hecho por el mismo arquitecto que diseñó el edificio de Correos de Sevilla, frente al Archivo de Indias. Fort Apache por dos euros.

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