Ignacio Trujillo Berraquero

Vísperas

Está Sevilla estrenándolo todo, y el júbilo se siente en los jardines, en el Parque, en el Río

Estoy disfrutando este año del azahar y las tardes crecientes y cálidas de lo lindo. Viene uno como de vuelta, "tanta gente, esto ya no es lo que era," pero a la hora de la verdad, la primavera ha venido y -otra vez- nadie sabe como ha sido, y se deja uno envolver por el aroma sensual, que este año ha sido inaudito; todos los naranjos de todos los barrios de toda Sevilla han estallado a la vez, y recorres la Palmera o la Barqueta o el Tardón o el Porvenir o el Salvador y todo huele de una manera abrumadora, exuberante, inefable…

Y el sol incide en los azulejos por la tarde y reverbera en las glicinias malvas y dora las cúpulas y parpadea en las espadañas y - que queréis que os diga- yo también estallo de gozo y a pesar de que todo esté tan manido, tan cantado, tan repetido, es nuevo ¡nuevo! Qué alegría de calles, de gente con los capirotes en las bolsas, de tiendas de trajes de gitana llenas de jóvenes que se prueban pendientes y flores y se miran en el espejo con rosas en el pelo y rosas en la cara…

Sí, aunque uno crea que está ya de regreso y que todo le cansa, no lo puede remediar y se quita el jersey y se remanga la camisa y pasea y entra en las iglesias mudéjares donde el equinoccio juega con los vitrales y refulge en rayos desde poniente como haces de fuego sobre los que caracolea el humo del incienso y rompe en los retablos cuya hojarasca parece que se mece como un bosque de lenguas de fuego incandescente.

Y está Sevilla estrenándolo todo, y el júbilo se siente en los jardines, en el Parque, en el Río, y pasan los remeros y las piraguas como flechas de oro bajo el sol de marzo, alfileres sobre el encaje en que la brisa convierte al Guadalquivir.

Y está la Plaza encalada esperando los clarines del domingo en que se haga el paseíllo de nuevo, renaciendo otro año más, resucitando todos a la vida preciosa de la que ahora disfrutamos.

La primavera llega y nosotros nos despojamos, a pesar de nuestro escepticismo, de la costra de la indolencia y el cinismo de la edad y el invierno.

Huele a café recién hecho en los veladores de la Campana y a brioche y batido en Ochoa y en los escaparates tiemblan las torrijas meladas y dulces como la tarde que expira. Veo mi reflejo en el cristal, expuestos tras él ordenadas hileras de nazarenos de caramelos que me preguntan la edad.

Y es verdad que ya nada es lo que era porque el mundo fluye, ni tampoco será lo que era para mis hijos dentro de tantos años… ¡Pero la luz, la luz, la vida que late, que se abre paso, que reclama sus fueros, eso será siempre así! ¡Ay, eso no hay quien lo cambie!

Paseo por las calles bulliciosas e impacientes, subo a la azotea y veo los rosales abriéndose, el limonero prieto de hojillas pálidas, los lirios blancos y esbeltos, el malva de las flores descolgándose por las paredes, temblando por un sol que las hiere y es verdad que siento plenamente, que aunque estemos de paso, ahora, justo ahora, mi sangre se agita, como la savia fresca, y me siento agradecido, afortunado y jubilosamente vivo.

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