La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

¡Viva la Coca-Cola!

Cristiano Ronaldo, Cuba y Corea del Norte: a veces los enemigos de algo lo hacen aún más simpático

Cristiano Ronaldo, leo, es la personalidad mundial de más éxito en las redes con unos 300 millones de seguidores. Estimulante desde un punto de vista intelectual. No me voy a poner en plan Aina Vidal, la diputada de En Comú Podem que ha despreciado el fútbol como "once hombres que dan golpecitos a la pelota" (ya, pensé, y la danza son unos tipos, unas tipas y unos tipes pegando saltos y una orquesta sinfónica 80 criaturas rascando tripas, golpeando pellejos o soplando por orificios). Pero da que pensar la influencia que algunos personajes puedan tener: Ronaldo aparta dos botellas de Coca-Cola y la compañía pierde 4.000 millones de dólares.

Que los niños no consuman (en grandes cantidades) bebidas carbonatadas y edulcoradas, y productos ricos en azúcares y grasas, está muy bien. La salud, lo primero. La obesidad infantil y juvenil es un problema en el primer mundo, especialmente en ese cuarto mundo formado por los más desfavorecidos que viven en el primero: "Mi hermano está en la cárcel. Mi hermana estafa al Gobierno. Mi madre pesa 141 kilos… En mi familia la desgracia se pesa por kilos", dice Hilary Swank en Million Dollar Baby. Pero otra cosa es el consumo moderado y responsable -por utilizar una frase tópica- de una Coca-Cola, unas papas fritas o unas chucherías. Y otra cosa, íntimamente ligada a la exageración de los anti-Coca-Cola, es el puritanismo que recuerda a los antiguos movimientos por la templanza -siempre, no casualmente, procedentes del ámbito anglosajón con toda su carga de puritanismo protestante- que provocaron, por ejemplo, la catástrofe de la ley seca que entre 1920 y 1933 lo único que logró fue el auge del gansterismo.

Esperemos que entre los anti-Coca-Cola no surja otra Carrie Nation, la famosa activista del Movimiento por la Templanza que se definía a sí misma como "un bulldog de Jesús que ladra a todo lo que él rechaza" y, de forma bastante destemplada para tanta templanza como predicaba, irrumpía en los bares liándose a hachazos con las botellas. Por mi parte, vitoreo al James Cagney gerente de la Coca-Cola berlinesa cuya fórmula querían robar los rusos, hartos de la Kremlin-Cola, en el Uno, dos, tres de Wilder. Y confieso mi entusiasmo (siempre con ingesta moderada) por el fresco jugo de Atlanta sólo prohibido en Corea del Norte y Cuba. Como en el caso de Ronaldo, a veces los enemigos de algo lo hacen más simpático.

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