Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
HACE sólo unos meses el ex presidente Aznar definía la personalidad de Mariano Rajoy. Lo hacía con ironía, con cierto sarcasmo, pero conociendo sin duda el perfil y la forma de ser del pontevedrés nacido en Santiago. Aseveraba de él que tenía capacidad de resolución, pero "lo que pasa es que tiene su personalidad, su estilo, su origen y oficio gallego". Entre bromas y sonrisas de quién profirió tal descripción, tal vez no se haya equivocado un ápice.
De Mariano Rajoy se ha dicho todo, se ha escrito de todo. Se le ha juzgado por activa y por pasiva, pero sobre todo por sus significativos, profundos y procelosos silencios. Su mutismo, su tardanza en resolver ciertos problemas que a veces sólo el tiempo airea, resuelve o esquiva, son su forma de ser, de comportarse políticamente. No pierde los estribos en público, y domina la fina ironía sazonada de mordaz e invectiva, pero respetuosa. Escapa de los medios, no se siente cómodo, y ha estado seis meses sin ruedas de prensa ni conceder entrevistas o permitir preguntas para desazón y cierta rabia de los profesionales. Es Rajoy, en estado puro. El hombre tranquilo, previsible, con sentido común, ajenos a vacuas retóricas y demagogias. No se pierde en los extremos, busca el término medio, el de la prudencia, el de la sensatez, el de la razón. El gallego tiene a pesar de esos insondables silencios que a veces acaban en sorpresa para los más próximos, algo valioso: que es predecible. No es dado a giros, a aventuras ni a apuestas arriesgadas. Ha domeñado a un partido indómito, sobre todo en la Ejecutiva, en la cúpula donde el doble lenguaje y la zancadilla acompañan la adulación superlativa y la trampa más cainita. No permitió que le erosionaran, incluso aquella noche de marzo de 2008 cuando asido por su mujer, pronunció aquel emocionado y resignado "adiós". A partir de ese momento, y del congreso de Valencia donde la lideresa, el verso suelto madrileño quiso ser un romance asonante, decidió por fin tomar las riendas, y pasar pagina del aznarismo y de sus más fieles acólitos. La apuesta fue arriesgada, pero la ha ganado sin duda. Y para ello se valió de tres mujeres, Sáenz de Santamaría, Mato y sobre todo De Cospedal.
Ha tenido gestión, responsabilidades de gobierno, ministro y vicepresidente, incluso con idénticas carteras a las que tuvo o ha tenido también Rubalcaba. Ha sufrido en carne propia la travesía de un desierto amargo cuando todo estaba preparado para ser presidente sin más mérito que estar ahí y ser el sucesor. Supo de fracasos y zancadillas, no le han regalado nada más que un envenenado ungimiento hace siete años por el que ha pagado una dura penitencia en el propio edificio de Génova. Ha girado y cambiado de ciertos compañeros de viaje de una a otra legislatura, ha apartado a los viejos prebostes casi sin levantar ampollas públicas, salvo el caso Álvarez Cascos. Saborea las mieles de una victoria que todos apuntan pero que se yergue sobre una complejísima situación política, económica y social, también autonómica en este país.
Valorar a Rajoy significa también tratar de entenderle. Como el siempre dice yo a lo mío y nosotros a lo nuestro, erigiendo un muro de silencios, de insensibilidades e impidiendo intromisiones frente a quién quiere o trata de minusvalorarle, imponerle la agenda o torcerle una decisión. La gestión del caso trama Camps es significativa de su forma de ser, de su miedo a equivocarse, lo que genera indecisión pero también desesperanza en los rivales. En su debe errores, como todos, también virtudes y aciertos. Para la galería de la memoria aquella declaración equívoca y falta de objetividad, "pequeños hilillos de plastilina", probablemente arrepentido de haberla proferido una y mil veces. Y serán las urnas definitivamente (veremos sino los acuerdos poselectorales, los que tergiversan el dictado de las papeletas), las que dirán a la postre si este hombre tendrá una oportunidad o será aupado de la vida política para siempre. Y es que, al final, el estilo, origen y oficio gallego, tampoco debe ser demasiado malo. Lo veremos. A la tercera parece que será la vencida. Tiene experiencia, tiene seguridad, y no ha cambiado en estos ocho años, sigue en el mismo lugar, insistiendo en la moderación, el diálogo, la convicción, la credibilidad. No ha cambiado estilo ni discurso, formas ni ideas. Ha cambiado España y en este momento si quiere el cambio de rumbo que Mariano Rajoy está dispuesto a hacer. Veremos como, con quién y sobre todo con qué líneas de acción, hasta ahora silenciadas si las hay, apócrifas tal vez hasta que alguien las escriba.
El hombre tranquilo se fume un fino habano. Saborea y da hondura a cada calada. Espera, sabe esperar. El tiempo y las circunstancias le han enseñado. No hay prisa. Ahora sabe ver la vida política desde el lado de la indiferencia vanidosa y las persistencia de quién siente una pasión extrema por el servicio público. Su mayor virtud es que Rajoy no sorprende, no descubre, no alardea, es simplemente como es, predecible.
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