El balcón

Ignacio / Martínez

Un acto fallido

NO es nada personal, son sólo negocios. Creo que lo dice Michael Corleone en El Padrino, pero vale para cualquier película de mafiosos. Quien ordenaba el asesinato de un jefe de la familia rival iba al funeral y sinceramente compungido transmitía su pésame a los parientes del muerto. Les explicaba que su aprecio por el difunto era verdadero y que su eliminación se debía un asunto de negocios, porque en el fondo le estimaba. Cuando hace un mes saltó el escándalo de la fortuna de los Pujol en paraísos fiscales, la reacción del presidente Mas resultó cándida. O cínica. No sabíamos (ni sabemos) de cuántos millones hablamos, ni dónde estaban, ni su verdadero origen, pero su antiguo pupilo se apresuró a decir que aquello era un asunto personal, privado, familiar de su patrón, de su padrino. ¿El perfecto revés del discurso mafioso? No del todo.

Evadir impuestos no es un asunto personal ni privado. Es defraudar al erario público, o sea al conjunto de los ciudadanos. A los que pagan los impuestos y a quienes son receptores de los servicios públicos; o sea, todos. Este escándalo no sólo es un drama para el independentismo catalán, que estaba en su mejor momento, sino para la generación de la Transición que ha tenido en Jordi Pujol uno de sus grandes referentes nacionales. Tuvo un papel capital (sin doble sentido) que ha dejado huella: el presidente González acaba de decir en Sevilla que piensa que Pujol no es un corrupto. Se deduce que no se cree ni lo del 3% de Maragall, ni lo del 5% de Carod Rovira. Se supone que opina que la fortuna la fraguó Florenci Pujol con el estraperlo de divisas en Tánger.

En todo caso, Pujol ha sido un gigante de la política nacional. Primero en el Congreso, en donde fue diputado tres años, y después como presidente de la Generalitat durante 23. Socio permanente, previo pago de favores para Cataluña, de todo Gobierno español en precario: con UCD, con el PSOE y con el PP cuando han estado en minoría. Verlo ahora como un juguete roto, escupido e insultado por la calle resulta patético. Si es verdad que todo el mundo lo sabía y miró para otro lado, entonces todos somos culpables. Estamos enterrando una época con la caída de estos símbolos de la Transición y con la corrupción que no cesa de salir a flote. Y estamos pasando de la indignación a la desesperanza, porque no se le ve la punta a ninguna alternativa...

Mas no se equivocaba del todo en su discurso sutilmente exculpatorio de su antiguo patrón: dijo que era un asunto familiar. Ahí sí que acertó, en la parte de la famiglia. Un acto fallido.

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