Haciéndose esperar mucho más de lo deseable, las vacaciones del fútbol nuestro se antojan interminables y aquí estamos, viviendo sin vivir en nosotros mismos, un horror. Y como no cabe otra que hacer un pan con unas tortas tiremos de balance para así salir del trance con la mayor dignidad posible. Y llegados a este punto hay que convenir en que 2018 fue un buen año para el fútbol según Sevilla, para todo el fútbol según Sevilla.

Por una vez tras cierto tiempo y ojalá sirva de precedente, la tortura de que el disfrute jugase sólo con un bando no se ha dado. Ambas orillas vivieron un año plácido, aunque hay que aceptar que en la orilla verde hubo mejores momentos que en la blanca tras aquel espectacular arranque en la noche de Reyes. Pero el Sevilla, que superó el grave trauma que le supuso la contratación de Vincenzo Montella, puede presumir de haber jugado una final por méritos propios y otra no tanto.

Aunque luego las finales fueron lo que fueron para disgusto de su clientela, llegar a esas cotas siempre es motivo de satisfacción. Por parte bética, el año fue para enmarcar tras una larga y penosa travesía de un desierto que parecía inacabable. Nervión, San Siro y Camp Nou son las cimas de este Betis que, de la mano de Setién, se mueve con sello propio y que gana bastante más que pierde. Son éstos unos detalles que hacen que la exigencia que reclaman algunos rompa en sorprendente.

Ha terminado, por si fuera poco, este Betis de Setién cuarto en puntos logrados en 2018. Además, siendo el del octavo presupuesto ha sido también el cuarto en asistencia a su estadio y el cuarto en audiencia televisiva. Como para ponerle pegas al venturoso 2018 y razones hay sobradas para desear que todo el fútbol según Sevilla, absolutamente todo, se mueva bajo unos parámetros similares en este año recién comenzado. Y si cae algo de plata, miel sobre hojuelas.