La tribuna

ismael Yebra

Ocho apellidos andaluces

ME encuentro en estado de deserción cinematográfica. Cuando era estudiante de bachillerato y durante mis años universitarios -hace más de treinta años, ¡ay dolor!- pertenecí a alguno de los entonces denominados cineclubs. En ellos se proyectaban películas a las que se les suponía un cierto interés y un mínimo nivel de calidad artística. Lo mismo ocurría con la programación de las denominadas salas de arte y ensayo. Pero los tiempos cambian. Utilizar actualmente palabras como cine-fórum resulta desfasado, casi un auténtico arcaísmo.

La lenta agonía de este tipo de locales y la invasión de los llamados efectos especiales, la mayoría de las veces efectos imbéciles, fueron echándome poco a poco de las salas de cine y lograron que me sintiera más cómodo refugiándome en el vídeo casero. Pero como este sucedáneo no es lo mismo que una sala y una gran pantalla, además de esa constante tendencia del ser humano a volver y volver a los mismos escenarios y a las mismas costumbres, de vez en cuando intento asirme a la más mínima posibilidad de reconciliarme con el arte (en raras ocasiones) cinematográfico.

El último intento de retornar a mi vieja afición ha sido motivado por el éxito de público de Ocho apellidos vascos. Dicen que ya es la cinta más taquillera de la historia del cine español. Los comentarios que oía siempre venían a decir más o menos lo mismo: no es gran cosa, pero no para uno de reírse. Y no es mala noticia para el cine español el que uno pueda ir con la idea de reírse. Acostumbrado en las tres últimas décadas al monotema de la Guerra Civil, a los maquis y a historias de guardias civiles que torturan a inocentes y angelicales criaturas, parece acertado que los temas se vayan diversificando.

Ocho apellidos vascos explota los tópicos de dos de las comunidades más genuinas del mapa autonómico español. Andalucía y el País Vasco tienen unos signos de identidad que les diferencian fácilmente del resto de los españoles. Si estas diferencias se toman en clave de humor y, además, goza del favor del público, tanto en las dos comunidades retratadas como en el resto del país, es para estar de enhorabuena. Uno de los grandes problemas de España y de los españoles es que a lo largo de la historia nos hemos reído poco de nosotros mismos. Nos hemos caracterizado por buscar la trascendencia donde no la hay, por dar importancia a lo que no la tiene, por ser más papistas que el propio Papa. Y así nos ha ido: de polémica en polémica, de trifulca en trifulca. Siempre media España contra la otra media.

Leo en la prensa que se prepara la segunda parte de la película. Era lo lógico; al menos lo que suele ocurrir en estos casos. La industria cuando ve un filón lo explota al máximo. Dicen que esta película es tributaria de la francesa Bienvenidos al norte. Y a ésta le siguió, como era de esperar, Bienvenidos al sur. Así que, con toda seguridad, tendremos un Ocho apellidos andaluces. En esta ocasión será un tal Patxi el que se enamorará de una tal Rocío que aparece por Guipúzcoa de vacaciones y tomará rumbo al sur, no a Vitoria, sino a Sevilla, en su busca. Entre tipismo y flamenquito, Patxi se verá obligado a regresar y Rocío, presa de un amor irrefrenable, tomará rumbo al norte y aparecerá por la plaza de Cestona cortando troncos o levantando piedras, como muestra de su integración cultural, tratando de conseguir así el amor deseado. Como un Romeo y Julieta, pero sin venenos y en autonómica versión.

Y como ya sabemos que las ganas de ganar dinero son insaciables, a esta segunda parte podrían seguirle una tercera, una cuarta… ¡Y vayan a saber si, finalmente, se consigue una por cada comunidad autónoma! Pero he ahí que con las ansias de dinero vendrían las dificultades. Al guionista y al realizador les resultaría complicado encontrar lo típico de algunas comunidades autónomas. ¿Cómo distinguir un cántabro o un riojano o un murciano, pongamos por caso, de sus vecinos de otras autonomías? ¿Qué matices habría que resaltar para buscar tópicos que diferencien un chaval de Segovia de otro de Guadalajara, aunque sean de comunidades autónomas diferentes? Sin pretenderlo, quedaría en entredicho el propio mapa autonómico nacional. Se pondría en duda la necesidad de mantener a tantos parlamentos regionales con sus correspondientes gobiernos autonómicos, sus delegados y subdelegados del gobierno, diputaciones provinciales, defensores del pueblo… No. No es lógico. El panorama se adivina insostenible. El tema, como se ha dicho siempre, es de película. Y si se miran los números autonómicos cada vez parecen más de ciencia-ficción, cuando no de miedo.

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