Tomás García Rodríguez

El árbol rosa del amor

Este árbol fue introducido por los cruzados en el sur de Francia hacia el año mil doscientos

30 de mayo 2020 - 02:31

Aprincipios de marzo, un árbol de porte discreto despierta las calles y jardines de Sevilla con sus tempranos racimos de flores rosas, inundando los aires que suspiran ante el renacimiento de una nueva vida. Esta bella leguminosa -Cercis siliquastrum- procede en origen de la cuenca mediterránea oriental y concentra mucha historia en sus raíces, pues ya los emperadores bizantinos, que poseían el uso exclusivo del color purpúreo en sus tierras de dominio, la sembraron a lo largo de la ribera del Bósforo y la consagraron como símbolo de Constantinopla, la actual Estambul. Sería introducida por los cruzados en el sur de Francia hacia el año mil doscientos, extendiéndose por reinos y países occidentales europeos para uso ornamental; además, sus llamativas flores pueden ser consumidas en ensaladas o escabechadas en vinagre.

El apelativo común de árbol del amor proviene de la forma acorazonada de sus hojas con ápice redondeado y por la sensual explosión de unas magníficas inflorescencias rosáceas que surgen en las ramas e, incluso, en su mismo tronco oscuro y retorcido; por su encanto y versatilidad, se ha convertido en una de las plantas preferidas por los amantes del arte del bonsái. Existen otras variedades con flores blancas, como puede contemplarse en un ejemplar joven plantado en los Jardines de la Oliva de la zona sur hispalense.

"Sus hojas tienen forma parecida/ a la del corazón enamorado/ que sueña, recordando su pasado/ los años más felices de su vida./ Por eso árbol del amor se llama/ y junto a su grandeza y sus primores/ alegran mi jardín las bellas flores/ que muestra con orgullo en cada rama" (Juan Cuerda Barceló).

Esta planta es conocida también como árbol de Judas, debido a una antigua tradición legendaria: el supuesto ahorcamiento del apóstol Judas Iscariote después de su traición a Jesús de Nazaret -recogido en las páginas del Evangelio de San Mateo- habría ocurrido bajo un ejemplar de esta especie. Otras leyendas atribuyen a la higuera el protagonismo de este suceso, aunque los dos arbolillos son de madera frágil y quebradiza, poco aptos para esos funestos menesteres. Probablemente, la denominación proceda de una forma degenerada del francés "Arbre de Judée", en alusión a la región de Judea en Asia Menor.

El árbol del amor siempre acude presto a alegrar con sus impactantes colores los primeros compases de la exuberante primavera sevillana, alertando de su pronta llegada cuando las hojas sólo se insinúan y los antiguos frutos secos aún cuelgan de sus ramas. Es proverbial que los enamorados se refugien bajo su copa en flor, deseando fervientemente que el amor verdadero perdure hasta la eternidad.

Juan Ramón Jiménez exalta la atracción amorosa de la sonrosada piel en Francina en el jardín: "El sol le alumbraba el fondo/ de las cosas misteriosas:/ los ojos, el blando nido/ del amor, la axila blonda.../ Eran rosados sus pechos,/ rosas sus piernas redondas,/ sus hombros de un rosa suave,/ sus dulces orejas, rosas...".

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