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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Entre el bar y la Infanta Elena

Cabría hacernos una pregunta: ¿qué es más sevillano, el bar Jota o la Biblioteca Provincial?

Una vez más hemos puesto fácil la caricatura: las bibliotecas y colegios cerrados y los bares abiertos. Es cierto que la medida es igual para la gran mayoría de la España asimétrica, pero también que, en los telediarios nacionales, las primeras imágenes que se pudieron ver fueron las del bar Jota abarrotado por un público sediento que parecía la tropa de Montgomery celebrando la victoria de El Alamein. Al sevillano le encanta la autoparodia, el minuto de gloria en los informativos, la exhibición de una alegría tan frágil como los farolillos del real. No pretende ser esto ni filípica ni pellizco de monja. Cada uno es libre de hacer con su vida lo que le plazca, siempre que el Real Decreto lo permita. Puede, por ejemplo, salir todos los días a correr a la vera del río vestido de Batman o posar de dandy por el Paseo de las Delicias con la mirada arrebatada por el llamear de los pinos de oro. También es libre de seguir aferrado a ese balcón mental del que tantos tardarán en salir, utilizando las redes sociales para la delación disfrazada de virtud cívica. Pero llama la atención la alegría un tanto impostada con la que hemos saludado la fase 1, cuando todavía están las bibliotecas y los colegios cerrados. Cabría hacernos una pregunta: ¿Qué es más sevillano, la biblioteca Infanta Elena o el bar Jota? Está bien tomarse un par de liebres en el que es uno de los templos cerveceros más singulares de la ciudad, en esa calle que los viejos nunca llamaban Luis Montoto, sino Oriente. La vida se ve mejor, libre de virus. Pero también es hermoso reposar el alma entre el ajetreo silencioso de la Infanta Elena, leyendo su surtida colección de revistas y posando de vez en cuando la mirada en el jardín japo-andalusí de ese gran logro de la arquitectura de interiores que es el edificio de Cruz y Ortiz. Evidentemente no hay que tomar partido. En esto se debe ser equidistante. La existencia es un peral cervantino cargado de muchos y jugosos frutos, aunque más de uno nos salga amargo como la hiel. Una biblioteca o un bar pueden ser las puertas del cielo, pero también jugar el mismo papel que la cueva de Platón, ser la cárcel en la que estamos encerrados sin saberlo, creyendo ver la luz de la vida cuando sólo observamos sombras distorsionadas, humo guiñolesco. El arribafirmante, por su parte, espera con amorosa impaciencia, como salida de la pluma de Juan de Yepes, la apertura de la taberna La Ñ, uno de esos deliciosos garitos de barrio en los que tomar una manzanilla fresca y chacina de postín. Otra vela, por supuesto, la hemos puesto en la puerta giratoria de la Biblioteca Provincial. La Sevilla dual, le dicen.

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