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Tribuna Económica

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La batalla del gas

LA muerte, hace unos días, a los 94 años, de George Mitchell, el padre de la controvertida forma de extracción de gas, fracturando las bolsas que lo contienen, marca un hito en uno de los acontecimientos más importantes y polémicos de este siglo. Tras su enorme éxito, que ha cambiado la economía de los Estados Unidos, donde en poco más de diez años se han hecho autosuficientes en gas y además exportan, la técnica enfrenta la oportunidad de explotar yacimientos hasta ahora inaccesibles, con un claro riesgo medioambiental.

En Andalucía se han autorizado prospecciones en Huelva, Jaén y Sevilla, y hay otros lugares de España donde se explora, como Castilla y León, Cantabria, y Valencia, y recientemente en el mar, en Canarias. En Europa, se ha prohibido en Francia, Holanda y la República Checa, y hay una gran discusión en Gran Bretaña sobre si deben seguir las perforaciones y dónde. Este es el primer punto a considerar en este asunto, pues está claro que hay razones para evitar la explotación del gas en zonas especialmente vulnerables o densamente pobladas.

Una segunda cuestión es la rentabilidad económica de los proyectos; este gas se encuentra en bolsas que hay que romper para extraerlo, mediante una técnica muy agresiva de inyección de agua, arena y productos químicos. Aunque las bolsas eran conocidas desde hace tiempo -en Tarifa se localizaron muestras de gas en 1956 y 1967-, la tecnología disponible no hacía económicamente viable la explotación. La relevancia de los trabajos de George Mitchell viene precisamente de su tesón e ingenio para trabajar durante años en un proyecto en el que pocos creían, hasta lograr el éxito cuando ya iba a cumplir 80 años.

Precisamente la inversión en tecnología es para mí la clave en cualquier discusión sobre energías alternativas. Casi en lo único en que estoy de acuerdo con Bjorn Lomborg, el danés crítico con el ecologismo, es que una gran inversión pública europea en tecnologías solares, que rebajara aún más su coste e hiciera eficiente el almacenamiento, sería la respuesta por parte de una energía limpia y a la vez barata, más que la actual política de subvenciones que no va a ninguna parte.

El éxito actual del gas está precisamente en una tecnología competitiva que permite su explotación. Pero hay que controlarla; Mitchell rara vez concedía entrevistas, sin embargo, en 2012 apenas un año antes de su muerte,volvió a insistir en la necesidad de una regulación muy fuerte, estatal y local, escogiendo zonas adecuadas, y perfeccionando la técnica para eliminar en lo posible los daños colaterales.

Por último, en estas discusiones siempre se olvida algo fundamental, y es que las comunidades que soportan los riesgos de la explotación deberían también contar por adelantado cómo se beneficiarían de los logros económicos. No es suficiente apelar al empleo que se va a crear directa o indirectamente, como es habitual cuando se quiere vender un proyecto privado con alguna forma de perjuicio o molestia pública, porque ya tenemos suficiente experiencia con formas de crecimiento económico que luego nos dejan millones de parados, y sólo unos pocos que han disfrutado de sus beneficios.

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