La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Un café que merece la pena por 2,85 euros

La terraza del nuevo Capuccino recupera una suerte de observatorio de la Justicia y de los barandas del PP andaluz

La fachada del nuevo negocio

La fachada del nuevo negocio / M. G. (Sevilla)

El precio del café se usa como referencia para valorar un bar, como se visitan los mercados y el cementerio para conocer el alma de una ciudad. Hay grandes capitales, caso de París, donde el precio del café en los bares de los Campos Elíseos varía en función del horario. El coste del café es un buen indicador, al igual que la cerveza. En Sevilla se ha inaugurado Capuccino, el negocio con el que recobra actividad el local del antiguo bar España, la esquina del Oriza , un lugar privilegiado que se ha llevado demasiado tiempo cerrado. Es una buena noticia que la firma mallorquina haya apostado por este enclave de oro. Mucho mejor que si lo hubiera hecho una de esas franquicias de multinacionales que si no obtienen resultados en seis meses, optan por el persianazo y ponen los ojos en otro sitio. Desde el salón interior de este nuevo negocio se sigue admirando la muralla del Alcázar y se conserva la estructura de hierro que caracterizaba este espacio principal de un restaurante exquisito.

Nos cuentan que el café cuesta 2,85 euros. Bien los vale si se está fresquito en el interior, o en los veladores desde donde se comprueba el elevado tráfico peatonal de esta esquina de la ciudad, por la que cientos de viandantes entran o salen del centro. Hace años se sentaba usted en un velador del Oriza y veía pasar unas cuantas veces a Javier Arenas y su séquito. Ahora que gobiernan en Andalucía, los señores del PP paran menos en la sede regional, frecuentan menos la calle San Fernando, pero puede hartarse de ver pasar abogados, jueces y fiscales camino o de vuelta de los juzgados. Los veladores de este Capuccino son un buen observatorio de la Justicia. Unos llevan la sentencia condenatoria en la cara, otros la toga sobre el antebrazo como la cola de un elegante nazareno y la mayoría siempre van con prisa. Además se goza de la contemplación del Paseo de Catalina de Ribera y de la antigua Fábrica de Tabacos. Más no se puede pedir. Bueno, siempre puede pedir florituras de batidos y extraños cafés que encarecen ya la factura.

Es una alegría que el local tenga de nuevo actividad. Veremos si cuaja en esta ciudad tan complicada para unas cosas y tan facilona para otras, una Sevilla donde faltan grandes cafeterías que otorguen un sello propio y donde, en cambio, se multiplican los negocios desubicadores, anodinos y con colores estridentes. Mejor el negocio de café que el de la hamburguesa, sobre todo para un sitio precioso donde una vez estuvo uno de los grandes restaurantes de la ciudad. Qué poquitos van quedando, por cierto.

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