DESDE la señora con hucha para la diaria cuestación en la puerta de salida al Duque del Cortinglés hasta el último músico de la legua que luce sus habilidades en Puerta Jerez a usted le han hecho tropecientas ofertas y le han mendigado en otras tantas ocasiones. La calle está así y con Velázquez y Tetuán estrechadas por unos manteros cada vez más a su aire en el convencimiento de que apenas serán hostigados por los guardias. Es el panorama en el corazón de la ciudad y así es sólo cuando vamos de infantería, en que ni se sabe cuántas veces nos abordan. Pero si usted decide sentarse en uno de los dos millones de veladores que hoy están censados ya sabrá lo que vale un peine en cuanto aparece el Camarón de turno o, peor aún, esos que van provistos de equipo musical para romper la barrera del sonido y destrozarte la tertulia con toda impunidad e irremediablemente.
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