Lo pienso a menudo: el confinamiento per se, esto es, permanecer en el hogar (sin entrar ahora en el dolor de la causa sanitaria ni en la inquietud de sus consecuencias económicas) es menos duro que pasar un verano entero en la ciudad de Sevilla. No es fácil resistir al resistero de esta villa. En nuestros pueblos también hay días y noches en el infierno, pero acaso es posible encontrar fresco y agua entre muros más recios o en la alberca. En el tiempo de la luz cegadora sobre fachadas enlucidas y sol flamígero habitamos la oscurana. Bajamos persianas, toldos y postigos como si fuera a pasar por nuestra puerta el coronavirus o el ángel exterminador. El cénit guarda dentro un silencio. Cuando por fin podemos abrir, ya oscurece. Así, he habitado las sombras algún verano en el que me he confinado con libros o amigos para no sudar tan sola. El Ayuntamiento debiera condecorar a quienes nos quedamos en la ciudad en el estío, en especial a los que curran a la intemperie. Una medallita, no sé. O un desfile por la Avenida de la Constitución, avanzado ya septiembre, de excombatientes del calor sevillano, ante el clamor y los aplausos. Si los antiguos tenían cinco estaciones en vez de cuatro -primavera, verano, estío, otoño e invierno- nosotros siempre tuvimos cuatro: estío, veroño, invierno y fugaz primaverazo. El verano es cuando al calor se le puede llamar "buen tiempo". Aquí apenas tenemos de eso.

Este sol será de justicia, pero en padecerlo (o no) hay ciertamente motivos de injusticia y desigualdad. Los medios han destacado que los Reyes visitaron las Tres Mil en un día y una hora de gran inclemencia climática: uno de los muchos días de 24 horas que viven nuestros vecinos. En muchos barrios y casas -también en algunas escuelas e institutos- de esta ciudad se pasan muchas calores, dicho sea correctamente en femenino plural. Hay precariedad y pésima planificación de ciertas edificaciones, escasez de piscinas municipales (cuatro ahora, al 75% de su aforo) y pobreza energética en una ciudad que tiene motivos históricos, culturales y naturales para ser referente en construcciones sabias, baños públicos, riegos y arbolados, energía solar y eficiencia bioclimática. Este año, seremos más que nunca los que nos quedemos en la ciudad a pasar el estío. La precariedad sobrevenida, el temor a los rebrotes y la incertidumbre harán a muchos cantiñear el "Yo me quedo en Sevilla". La programación cultural (Veraneo en la city, del Ayuntamiento; la de poesía y música en el Museo de Artes y Costumbres, de la Junta; la de la Fundación Tres Culturas, que arrancó de gloria anoche), el verdor de los parques y un frito en La Pastora aliviarán el trance. Y los toldos, si los acaban de poner. Todo lo demás está por repensar y hacer. Que no es poco. Ni imposible.

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