Gracias a los pocos bares que deciden no guardar el descanso dominical, cruzar Sevilla en una mañanita de domingo se hace más llevadero. La caminata matinal que un día me recomendaron al alimón el médico y el sentido común tiene caracteres de martirio cuando la próstata le dice a la vejiga que ya está bueno lo bueno y compruebas aterrorizado que no se ve un bar en un diámetro inconmensurable. Y como aquellos mingitorios que eran como oasis en el inmenso latifundio que es el casco histórico ya no existen sin saberse por qué, pues hay que ir a la búsqueda perentoria de un bar que no tenga colgado el abominable y poco solidario "sólo para clientes". Aquellos urinarios frente a Correos o en el Duque cómo se echan de menos en esas mañanitas festivas en que los mercados están cerrados y bares asequibles hay menos que farmacias de guardia. Un suplicio.
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