Son de andar pausado, más de niki que de polo. Usuarios de camisas de mangas cortas. Personajes solitarios que suelen calzar esparteras o algún mocasín de una zapatería con solera de la calle Imagen. Sus rostros son familiares para cualquier observador. Siempre por las mismas calles del centro, en las mismas minoritarias procesiones religiosas, sumidos en paseos sin rumbo. Es raro verlos entrar en un bar, salvo para alguna consumición mínima. Inspiran melancolía, escaso entusiasmo y un conformismo indolente. Tienen el mes de agosto esculpido todo el año en el rostro. En el argot popular hay caralápidas, carabuitres, carabarbos y también los hay con cara de agosto. Tienen la afición de entrar en los templos que encuentran abiertos para hacer breves visitas que realizan con las manos detrás, como anunciando que no van a tocar nada y que están de paso. A veces cogen algún folleto de Cáritas o el último ejemplar del semanario diocesano, repasan la tablilla del horario de misas y se marchan. Los cara de agosto son muy del hábito saludable de caminar, como son muy del servicio de autobuses de Tussam para retornar hasta la barriada de turno donde tienen su piso. Son capaces de examinar un bache, pasar largos ratos en un banco a ver pasar la vida y seguir caminando con la lentitud de quien pareciera no haber conocido nunca las prisas. Los hay de edades diferentes, no se trata exclusivamente de señores mayores. Los cara de agosto hacen cada vez menos suya la ciudad, porque los turistas los han orillado. Pero se mantienen en sus itinerarios parsimoniosos de eternos domingos por la mañana.

Escrutan con desconfianza cualquier obra, dedican miradas con desdén a los nuevos negocios y fruncen el ceño con facilidad ante cualquier novedad que altera el guión de su agenda cotidiana: un cambio en la parada del autobús, el nuevo emplazamiento de unos contenedores o un grupo de turistas atentos a las explicaciones de un guía que no les dejan pasar con comodidad por donde siempre acostumbran. Hay algunos cara de agosto que se camuflan con gafas de sol de gran tamaño, como moscas humanas. Revisan el cupón de la ONCE con lentitud, como si estuvieran negociando un préstamo hipotecario y, por supuesto, sin comprar después otro boleto. Echan de menos estos días la ausencia de prensa gratuita, que suelen llevar perfectamente doblada bajo el brazo. Y hacen su ritual recorrido por los grandes almacenes del centro para cruzar fresquitos de una calle a otra.

Seguro que ustedes conocen a estos simpáticos personajes que siempre, siempre, recuerdan el agosto sevillano de zapatos de rejilla, ladrillo bajo la persiana echada y melodía de chicharra en un centro tuneado por la globalización. Los cara de agosto resisten cualquier nueva tendencia. Ellos siempre van camino de un recado (vulgo mandado) que no es otro que ser testigos de la vida urbana con su peculiar estilo del desocupado feliz.

A la búsqueda de una obra, de un postiguillo abierto, de una novedad en el paisaje urbano, de un nuevo comercio en el que nunca entran. El resto del año son depositarios de esa calma que representa este mes. Son ciudadanos al ralentí. Un día dejas de verlos y piensas que quizás murieron o se quedaron impedidos en el piso de su barriada. Pero siempre hay quienes los relevan. Nunca faltan los cara de agosto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios