¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Qué cartelazo se perdió Sevilla

Zuloaga, gran aficionado al torerismo y la gitanería, conocía bien la ciudad y el arte de Cúchares

Como era de prever, el cartel taurino de Schnabel ha dividido al respetable. Nada nuevo bajo el sol, porque si algo caracteriza al arte desde el urinario de Duchamp es su gusto por la provocación, la polémica y la pasta. En el caso del afiche de la Maestranza asistimos todas las primaveras a un eterno retorno de los argumentos y de la pretendida dualidad rancia-progre de la ciudad. Los detractores suelen hacer hincapié en el supino desconocimiento sobre la materia taurina del autor de turno y en que los morlacos que pintan parecen más moscas, chuletones o cabras que ganado bravo como Dios manda. Los defensores alaban el arrojo estético de la corporación nobiliaria y destacan el favor que le hacen a la Fiesta vinculándola con algunos de los artistas más punteros del momento. Y así, con estas agradables conversaciones de casino, entretenemos los días, lo cual no es poca cosa.

Por no escabullir la cuestión diremos que el cartel de Schnabel nos gusta, lo cual tiene la importancia que tiene. Es decir, ninguna. Nos agradan esos azules fríos, las tipografías alocadas, el río-toro-ectoplasma de celeste concepcionista y el torero minotauro que lo amenaza. Ahora bien, si por nosotros fuese, el póster se lo habríamos encargado a Zuloaga, que ese sí que conocía bien la ciudad y la Fiesta Nacional. Lástima que ya sea demasiado tarde. El pintor vasco bien que sabía de toros y toreros, tanto que llegó a ser uno de ellos. Por el libro Ignacio Zuloaga en Sevilla (Arte Hispalense, una colección que por sí sola justifica la existencia de la Diputación), de José Romero Portillo, nos enteramos que el eibarrés realizó sus estudios cornúpetas en la escuela taurina de Manuel Carmona, El Panadero, sita en el barrio de San Bernardo. Incluso existe una foto, tomada en 1895, en la que se ve al vasco afanarse con el estoque. Fueron los años en los que el pintor tuvo su estudio en la Casa de los Artistas, donde se aficionó en gran modo al torerismo y la gitanería, dos mundos estrechamente unidos por aquellos años y que reflejó magistralmente en su obra, pese a que sus compañeros del 98, tan cenizos para algunas cosas, no eran muy proclives al arte de Cúchares. Zuloaga llegó a lidiar en más de 17 corridas y, probablemente, lo dejó por un grave percance. Pero le quedó, entre otras muchas cosas, una gran amistad con Belmonte -que elogió su estilo arcaizante cuando lo vio torear en algún tentadero, ya como simple aficionado- y José María de Cossío, el de la enciclopedia y la casona de Tudanca. Pues sí, qué cartelazo se perdió Sevilla.

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