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Antonio Zoido

¿Se casó aquí Carlos V?

20 de noviembre 2019 - 02:31

El otro día fuí al Alcázar con un grupo de amigos mitad españoles, mitad holandeses y, mientras veían el Patio de las Doncellas, se fijaron en el dibujo de las dos columnas y el Plus Ultra que se repite en su planta alta. Aunque ya les había explicado que el conjunto había nacido, en realidad, más de un siglo después de que Sevilla pasara a formar parte de los territorios de la corona de Castilla, el estereotipo de "lo árabe" que cubre la España sureña seguía funcionando en su cerebro y, por eso, los símbolos les resultaban raros en aquel lugar. Al explicarles que se trataba del emblema de Carlos V, y que éste vino para celebrar su boda, exclamaron al unísono, ¿aquí se casó Carlos V?, sorprendidos de que hubiera venido para desposarse el monarca que, nacido en los Países Bajos, centra la saga que, partiendo de Carlomagno, llega hasta la I Guerra Mundial. Hasta ahí pudo aguantar el sedicente imperio de Francisco José -el marido de Sissi- por el rastro luminoso que había dejado el nieto de los Reyes Católicos que es, al mismo tiempo, un monarca español y un estadista europeo, un estratega y un político incansable en la lucha y la negociación con los levantiscos nobles españoles y con los poderosos moriscos granadinos, con los luteranos de Alemania y con el Papa de Roma y que, además, teniendo en la cabeza la inmensidad de las nuevas tierras con las que se había encontrado Castilla en su viaje hacia un nebuloso Japón, tuvo la lucidez de dejar el viejo imperio a su hermano Fernando para que su hijo Felipe pudiera ser cabeza del nuevo.

Pues sí: Carlos I de España y V de Alemania se casó en Sevilla con Isabel de Portugal. Santiago Montoto -muy del régimen de Franco- escribió un libro precioso -Sevilla y el Imperio- donde describía pormenorizadamente la entrada del César a la ciudad después de jurar sus fueros (eso se hacía en todas partes, no sólo en Guernica) y Juan de Mata Carriazo -de la Institución Libre de Enseñanza- enjaretó su ensayo La boda del Emperador.

Mis amigos no sabían eso. Desconocían que Sevilla llevó a cabo entonces el mayor viraje de su Historia, que luchó desde años antes para conseguir ser la sede del acontecimiento, que ambos cabildos se endeudaron para ello, que en las obras de la catedral se corrió vertiginosamente, que se decidió construir un ayuntamiento nuevo donde alternaran las columnas del emperador con el lábaro "romano" de Hispalis -el S.P.Q.H.-, y que las principales familias decidieron pasar a labrar sus casas y sus tumbas con un nuevo estilo a fin de estar a la altura. No sabían que lo hizo sin abjurar de su pasado: la Casa de Pilatos, el Palacio de las Dueñas, el de los Pinelo y otros muchos testigos lo pregonan siendo a la vez renacentistas y mudéjares. Mis amigos no lo sabían y Sevilla parece que tampoco. Durante mucho tiempo bebimos de esas fuentes y se vivió gracias a ellas. Ahora no sé si se han secado. Esta ciudad parece despertarse cada mañana dispuesta a conformarse con el oropel de los fastos de Sissi.

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