CANAL Sur ha calmado los ánimos a través del humor, bien patrimonial nuestro que ha solido estar maltratado en la autonómica. Asunción del error, disculpas y un guiño cariñoso hacia la concurrencia en un vídeo bien llevado por Manolo y Modesto, en proporción al desparpajo de las grabaciones familiares. Nada que reprochar por ese flanco. Por el lado de la gestión, amén de los expedientes abiertos, la enorme pifia de Nochevieja abre el debate, que ha de ser templado pero sin aplazamientos, sobre qué debe ser y hacer Canal Sur en pro de Andalucía y de los andaluces. El error se ha convertido en un involuntario punto de inflexión.

Lo que sorprende días después de las no-campanadas es que siga bullendo una marejada de críticas con rencor agudo y hasta peticiones de cierre que tienen un trasfondo político y un espíritu de inquina destructiva. Todas nuestras cadenas públicas deben cambiar y mejorar (porque todas tienen presupuesto y margen para mejorar), pero tanta ira incesante por foros y redes no viene bien a un pueblo que presume de sabio y tolerante como el andaluz ¿Por qué no somos tan trágicos ante tragedias diarias de verdad?

Pocas horas después de nuestro cabreo por las campanadas y la guasa propia y ajena era arrojado a las vías un policía nacional a cargo de un inmigrante indocumentado que ha corroborado que era un peligro público. La reacción a la noticia, con esa muerte tan cruel televisada, no ha generado ni la sexagésima parte de los comentarios a lo de Canal Sur. La frialdad, casi parálisis, con que se ha reaccionado al homicidio de ese funcionario, genera más pesar y vergüenza. El silencio de tantos tuiteros combativos y de todas las formaciones políticas revela más cobardía que otra cosa. Hay miedo en ese debate. Para criticar a Canal Sur, o a la Guardia Civil en la frontera de Melilla, se apunta cualquiera, pero para desenmascarar qué hay detrás de la injusta muerte de un policía en Madrid sólo hay indiferencia. Es verdad: este país no saldrá nunca de la crisis. De la crisis moral.