SONABA como de ensueño la Pavana de Ravel y pum, cohetazo al canto. Entraban los últimos rocieros en sus dominios y hacíanse notar; al poco, en el corazón del Amor brujo otra explosión que te sacaba del ensimismamiento para meterte en la indignación, que todos tenemos derecho a indignarnos, ¿o no? Al poco sonaba un nuevo estruendo entre las notas de Debussy y así, en este plan hasta que entró el último romero y el cohetero se fue a casa. No se dan cuenta de que esto no es Valencia, que no somos de mascletá y que los cohetitos, en el campo. Claro que esto no es más que el aperitivo para lo que han de soportar los vecinos del Aljarafe, donde cada pueblo es una pirotecnia en sus días señalaítos. Ya, ya sabemos que la cohetería es tradicional entre los rocieros, pero la vida es como es y hay que convenir en que la libertad propia termina donde empieza la del prójimo, sobre todo el más próximo.
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